(Por Miguel Pérez)
Estas palabras que el P. Tomás Morales hizo suyas y nos repetía tantas veces, no te queda más remedio que creértelas, a pesar de todo. Veréis por qué lo digo.
Este año me han encomendado dar en el Instituto «AEO» (nombre que tiene por esta tierra la asignatura alternativa a Religión) en 1º de la ESO. Los chicos andan en torno a los 12 años, y alguno (alguna, para más señas) viene de lo más movidito, y parece que ciertos «misterios de la vida» no tienen secretos para él (ella), a juzgar por sus comentarios y las bromas y expresiones de mal gusto que continuamente utiliza. A menudo pienso: “-¡Señor, dame paciencia! En fin, son críos. A ver qué podemos hacer.”
Así me las veía yo cuando empezaba este curso, y pensaba que la dificultad mayor iba a venir por aquí. Pero, ay de mí. Cuando entré en clase filosofía con 1º C de Bachillerato y pasé lista por primera vez, me topé con Jordi.
Tripitidor de curso, mayor que el resto de sus compañeros y con cierta capacidad de liderazgo (negativo), me dedicó una mirada biselada desde el fondo de la clase, recostado en postura inverosímil, tendente a la horizontal, sobre su silla. Cuando llegué a su apellido levantó la mano a ‘cámara lenta’ y mantuvo un suspense de cinco interminables segundos hasta que dijo con desgana infinita: «-Yo … Y la filosofía es un rollo infumable».
Un coro general de carcajadas remató el desafío. Las miradas se agudizaron y empezaron a pasar alternativamente de Jordi a mí en un zigzag vertiginoso. «-Me llamo Jordi», añadió con gesto desafiante.
Madre mía, lo que me faltaba, pensé. Intenté biselar también mi mirada y sonreí lo más creíblemente que pude. «-Lo veremos, amigo mío», contesté, con aparente aplomo. Aceptado el desafío. Si me gano a Jordi, me dije a mí mismo, me gano a la clase.
En los días que siguieron, a los que intenté irme ganando era a los pequeños de AEO. Les planteé el contenido de la asignatura (en la que, por cierto, no hay exámenes) hablándoles de la etapa de la adolescencia, a la que ellos por edad empezaban a asomarse, y diciendo que iba a valorar la actitud en clase, la presentación y orden de los cuadernos, el comportamiento y la participación activa.
Algunos días conseguía captar su interés y mantenerlo durante toda la clase; bueno, casi. Otros, pues eso, paciencia y a intentarlo al día siguiente.
Pero las cosas con Jordi no eran tan fáciles. En los dos años anteriores no había aprobado ni un solo examen de Filosofía, pero eso no le impedía interrumpir a diario mis explicaciones dando a entender que él ya sabía mucho, y hacía observaciones un tanto peregrinas, a veces fuera de tono, tocara el tema que tocara. Con paciencia procuraba rescatar de sus intervenciones lo que me parecía más o menos positivo, agradecía su aportación con una sonrisa -no siempre espontánea pero sí, al menos, sincera- y procuraba reconducir el curso de la explicación. Y, mira por dónde, empecé a notar que Jordi, a pesar de todo, seguía más o menos las clases de Lógica, aunque lo de estudiar en casa de momento parecía excesivo.
¡PUES YA VERÁS COMO SÍ!
Y un día, ocurrió lo inesperado. En plena explicación, Jordi me interrumpe: «-Oye, tú das clase a los pequeños de la ESO, ¿no?» Yo veía que intentaba cortar la clase y matar el tiempo, pero decidí seguir el curso de la pregunta. «-Pues sí, así es.» «-¿Y de qué les hablas?» «-Ahora estamos hablando de la adolescencia, de las cosas que se tienen que tener en cuenta en esta edad… que ya sabéis que es de lo más interesante…» «-¡Eh! ¿Y por qué no me dejas que yo les dé clase? Yo de eso sé bastante…» Las sorprendidas carcajadas de todo el grupo remataron la ocurrencia.
«-¿De veras?», repuse para tantearle. «Sí, ¿no te fías?» Y, entonces, vi una luz… Ya te tengo, majo, pensé. Y sosteniéndole la mirada, frente a frente ahora, le contesté: «-De acuerdo, pero con una condición: que saques más de un seis en la primera evaluación. Y te dejo que les des una clase.» Risotada general.
«-Eh, Jordi, ¡a ver qué dices ahora!», exclamó alguno. Los ojos del veterano cambiaron de expresión. Tras un instante de silencio, algo tenso, contestó: «-¡Pues ya verás como sí!». Algunos aplausos y exclamaciones se escaparon entre el murmullo general. La suerte estaba echada.
ESTO SE PONE INTERESANTE.
Sí, porque yo no terminaba de estar seguro de lo que podía pasar. Pero ya no había marcha atrás. El caso es que… Jordi hizo su examen. Venía diciéndome en clase los días anteriores, medio en serio, medio en broma: «-Que conste que estoy estudiando Filosofía… ¡por primera vez!» Cuando corregí el ejercicio, éste sumaba un 6. Pero, arañando un poco de aquí y un poco de allá, conseguí subirle a un 7. El día que repartí los exámenes corregidos, todos preguntaban por la nota de Jordi. Nervioso, me miraba fijamente a los ojos conteniendo la respiración cuando me acerqué a entregárselo. Al ver el 7 casi se cae del asiento, y eso que ahora estaba bien sentado.
La noticia corría de mesa en mesa: «-¡Eh, que Jordi ha sacado un 7!» «-¡Un 7!», «-¿Qué?», «¡Que sí, un 7!» Sonaba el timbre de fin de clase cuando felicitaba a Jordi en voz alta: «Vaya, he de reconocer que me has sorprendido gratamente. Enhorabuena. Mañana en el recreo hablamos de esa clase que tienes que dar. ¿No? «Eeeeh… sí, sí, vale.»
Ahora tenía que preparar con cuidado la clase de Jordi. Y eso me obligaba a trabajarme al «profe» y a sus alumnos.
Empecé con los pequeños: «Os tengo que dar una sorpresa.» «-¿Cuál?» «-Dentro de unos días a lo mejor viene a daros clase un chico de 1º de Bachillerato para hablaros de la adolescencia, de cómo la vivió él…» «¿-Quién es?» «-Ah, es una sorpresa.» «-Dinos quién es, venga!», «-¡Sí, dilo…!»
«Bueno, pero tenéis que guardarlo como un secreto, porque tengo que pedir algunos permisos en Dirección. Se llama Jordi y es de 1º C.» «¡Hala, si ese es de mi pueblo!», contesta una de la niñas. “¿Y cómo es?”, pregunta otra. ¿»-Es guapo»? ¿»Está bueno?», dice la más brujilla. “-Sí, pero…” “¿Qué?” “- No sé, no sé… Creo que toca en la banda de música.” «-Bueno, os he dicho que todavía no es seguro. Así que de momento no hay que comentarlo, es un secreto entre nosotros por ahora. Ya os avisaré»
Y con el «profe»: «-Bueno, ya les he adelantado algo a los chicos y están muy ilusionados, pero antes quiero ver si la Dirección nos da permiso, porque tendrás que salir de tu clase en esa hora, y además, la cosa no es muy habitual. Así que, si no te animas…» «-Que sí, que sí me animo. Pero es que… ¿Qué les digo? No es tan sencillo. Toco en la banda de música en mi pueblo y a veces he enseñado a los pequeños a tocar la trompeta, pero esto es distinto.» «-Bueno, piénsalo más y dentro de dos días lo comentamos. Cuenta conmigo si no se te ocurre nada, por supuesto. Pero seguro que les vas a hacer mucho bien, ya verás.»
A los dos días, acude a la cita. «-Hola, Jordi. Te traigo una sorpresa. Por si te ayuda, les he pedido a los chicos que cada uno te hiciera una pregunta en un papel, para que tú les hables de lo que a ellos les preocupa, ¡Y hay preguntas muy buenas! Por supuesto, hay alguna personal…” “Ah, ¿sí?” A ver.» Nervioso, el mocetón toma los papelillos y empieza a leer, al tiempo que se va emocionando: «-¿Te llevabas bien con tus padres durante la adolescencia?» «¿-Qué pensabas de las chicas?» «-¿Te gustaba estudiar?» ¿»-Qué te costaba más?» «-¿Qué consejos nos darías para la adolescencia?»… Emocionado, sin levantar los ojos de los papeles, añade: «¡Mi madre! Son geniales… Jo, me lo tendré que preparar muy bien.
Precisamente ayer estuve toda la tarde pensando lo que les podría decir. Y he pensado empezar presentándome, escribir una palabra grande en la pizarra y hablarles de ella. ¿Qué te parece?» «¿-Y en qué palabra habías pensado?»
«-Responsabilidad…» «-Eh, me gusta. ¿Qué tal si ahora vas pensando lo que les vas contestar? Va a ser la mejor clase que van a recibir este curso.» «-Bueno, tampoco exageres…» «-Te lo digo de verdad. Estoy convencido. Ya lo verás. Ah, y ánimo, que va a ser pasado mañana.» «-¿Yaaaa? ¿tan pronto…? «-Sí, hombre ya he hablado con el dire. Y además, cuanto antes mejor.»
«-¡Ufff!, bueno, está bien.» Al despedirnos, Jordi sudaba. Fue doblando con mucho cuidado los papelitos mientras los miraba. Caminaba despacio y en silencio. Llegó a la puerta y la abrió despacio. Suavemente, la cerró detrás de sí.
LECCIÓN MAGISTRAL EN 1º DE LA ESO.
Y llegó el gran día. Fui a clase de Bachillerato a buscar a Jordi para ir juntos a la de los pequeños. Estaba serio. Al salir de su aula, sus compañeros se amontonaron en la puerta dedicándole comentarios de lo más variado, casi todos de ánimo y alguno que otro algo burlón, como quien anima a su equipo de basket: «-¡¡Aaaaau-pa-Joor-di!!»
Al doblar la esquina del pasillo de los primeros de ESO se oye un alboroto: «¡Ya viene!, ¡ya viene!» Al entrar, dieciséis rostros radiantes, con los ojos superabiertos y otras tantas sonrisas reciben al nuevo profesor: «¡Hola! ¡Hooola! ¡Hola, Jordi! ¡Ji,ji…!» Nervioso, Jordi los mira y se ruboriza como un chiquillo. Al final, sonríe. Empiezo la presentación: “Buenos días a todos. Lucía, atiende. Como ya os anuncié hoy vamos a tener una clase muy especial, que yo creo que va a ser de las mejores del curso, o la mejor. Javi, ¡estás escuchando? Os presento a Jordi Fernández. Estudia… estudia 1º de Bachillerato y tengo entendido que es un buen músico. Se me ofreció para daros una clase, y como se lo ha ganado a pulso, aquí le tenéis para daros la clase más interesante del curso, porque os va a hablar de su experiencia. Jordi. Cuando quieras.» Espontáneamente, surge un aplauso general. Todos están ahora muy atentos. El silencio es mayor que nunca. Guiño un ojo a Jordi y me siento al final de la clase para tomar apuntes de todo.
Jordi toma aire y respira. Está algo tenso y sofocado, pero va a la pizarra y escribe: «La adolescencia». Vuelve a respirar… «-La buena educación es saber, pero además es ser bueno. Es decir: (en la pizarrra, debajo de lo anterior) -Superarme. No conformarme, intentar hacer las cosas mejor. – Lo mejor: sacrificarme y luchar (comentario: «como ahora yo»). -Ser yo mismo.»
Y continúa hablando, ya más calmado: «…con motivos importantes. Al elegir, hacerlo porque creo, de verdad, que es lo mejor para mí. Y no como hice yo. Lo que eliges te marca.»
Se oye hasta el vuelo de una mosca. Nunca hubo tanto silencio en clase. Jordi vuelve a tomar la tiza y escribe de nuevo: CONVIVENCIA – SOLIDARIDAD – RESPETO – COMPARTIR – AYUDAR –
RESPONSABILIDAD. “Estas palabras no son sólo algo escrito. Hay que llevarlas a la vida, en ti, y ponerlas a trabajar. Va a ser tan útil para los demás como para ti», añade. Y termina el alegato: «-Y os lo digo yo, que no lo he hecho. Pero, bueno, pero… es la verdad.» Tomo apuntes asombrado, procurando no perder ni una coma. Esto se lo tengo que dar después a los chicos para que lo guarden y lo relean alguna vez. Están tan embobados atendiendo que nadie toma apuntes. Lo que ven es suficientemente valioso. Por tercera vez, Jordi, se dirige a la pizarra y escribe:
«FORMACIÓN». Y se explica: “Hay que jerarquizar. ¿Sabéis qué es eso?” Lo más importante es ahora estudiar. Seamos lo que seamos, lo necesario es poner la base. Lo más importante es aprender a convivir (y subraya la palabra «CONVIVENCIA» que había escrito antes), ser una buena persona con relación a los demás. El dinero, en segundo plano, porque puedes estar podrido por dentro. El remordimiento… (carraspea) …el remordimiento queda, se lleva dentro. No se va con el dinero.» Como dicen los chavales, alucino con lo que veo y escucho.
«Y otra cosa: La televisión. Hay que saber hacer buen uso, no un abuso. Es importante la lectura. El diccionario es el mejor amigo del lector.» Ya no sé quién estaba más impactado, si los chicos o yo. Reconozco que se me escapó algún amago de lágrima. Y fue entonces cuando, con la mayor sencillez y emocionado, sacó del bolsillo los papelitos con las preguntas, y las fue respondiendo una por una. Con gran respeto, con delicadeza, como un hermano mayor o un buen padre que abre el corazón y se sincera, con cierto humor para reírse de sí mismo, y con preocupación, al ver que un puñado de preadolescentes le escuchaban con la boca abierta.
Y de repente, el timbre nos devuelve a este mundo. La clase se ha pasado sin darnos cuenta. Un nuevo aplauso despide al joven profesor… ¿improvisado? y al profesor veterano que ha recibido la lección más magistral de su vida. Felicito efusivamente a Jordi mientras subimos al piso de Bachillerato. Va como flotando en una nube. «-¿De verdad crees que les ha gustado? Parecía que estaban atentos…» «-Estoy segurísimo. Lo que te dije: ha sido la mejor clase del año.» «-No me tomes el pelo». «Nada de eso. Venga, a clase. Ya hablaremos.»
EPÍLOGO PARA DIGERIR LA LECCIÓN.
En la clase siguiente, pregunto a los chicos de la ESO qué tal con Jordi. Todos quedaron muy contentos. Les pareció muy interesante lo que les había dicho «porque se nota que él lo ha vivido.» «-…Bueno, añado, todos tenemos que intentar vivirlo, y… ¡no cansarnos nunca…!» Y el coro, divertido, responde una sabida cantinela: «-¡¡…de estar empezando siempre!!» «-Genial. Así me gusta.» Y me digo a mí mismo: Amén, Jesús.
“-Y otra cosa. Os voy a dar los apuntes que tomé en clase, porque vi que estabais tan atentos, que pocos tomasteis notas…» «-Pero nos acordamos de todo. Pregunta, pregunta», responde aquella que tanto miedo me daba al principio de curso. Y, la verdad, lo esencial lo recordaban. «-Vale. Estoy muy orgulloso de cómo estuvisteis en clase, y Jordi se fue supercontento de vosotros. Pero os doy esta hoja para que la incluyáis en el cuaderno y podáis recordarlo todo mejor. Y otra cosa más. ¿No deberíamos darle las gracias a Jordi y tener un detalle por habernos dado la clase y por el tiempo que dedicó a prepararla?» «-¿Cómo?» «-Muy fácil. Laura, que dibuja muy bien, va a hacer un dibujo de Jordi y los demás le vamos a escribir unas líneas agradeciéndole lo que nos dijo por la parte de atrás del dibujo. ¿Qué os parece?» «-Bien, vale.» «Primero la pensamos y la escribimos en borrador… Hala, a trabajar cada uno. Cuando Laura tenga el dibujo…» «-Ya está.» «-¿Ya?» Y, en efecto, estaba. En dos minutos había dibujado un chico grande que ocupaba de pie todo el pliego y, lo más curioso de todo, 16 monigotillos que trepaban por su ropa.»-Somos nosotros, que estamos subiendo por él.» Y cada uno puso su nombre a un monigote y escribió su mensaje de gratitud particular en la parte de atrás. Y nos fuimos todos cinco minutos antes de que tocase el timbre a la planta de Bachillerato. Cuando acabó la clase, los mocetes esperaban a Jordi en la puerta de su clase para darle el dibujo y agradecerle la clase que les dio. «-¡Jordi, por aquí te buscan!» Y a Jordi, el duro, no sé qué porras le pasó, que se echó a llorar allí mismo, a la puerta de su clase, cuando Laura le dio dos besos sonriente, y los demás chavales se pusieron a aplaudir en medio del pasillo.
Post data: Esto pasó hace dos años. Tal vez no haga falta decir que Jordi aprobó esta vez todas las asignaturas. Y recuerdo pocos años tan gozosos como éste con mis chavales de 1º de Bachillerato y de la ESO. Cosas como éstas, me temo, sólo te pasan una vez en la vida. Y ya te vale.
Pero el cielo tiene que ser de traca.