Por José Barrero
No puedo empezar de otra forma. Es la frase que el Señor que me ha concedido meditar durante todo el pasado mes de julio de 2007 que he estado de misión en San José de Tiabaya, en Arequipa, en Perú. Esta respuesta es la que resume todo lo que me ha ido presentando en la oración, en las personas que han estado a mi alrededor, en mis profundos deseos, en mi ansia de verdad, de plenitud, de felicidad… “Hágase en mi según tu palabra”. Esa es la fe. Esa es la confianza en ti. Pero eso es un milagro. El milagro de tu encarnación en nosotros. Sé que Tú vas haciendo tu trabajo aunque a veces nos cueste verlo… mientras tanto, gracias porque sigo fiel, aquí, de rodillas, suplicándote que nunca deje de suplicarte. Esta misión ha sido lo que Dios ha querido. Dos días antes de viajar me decidí “por lo que más conduce” al Señor. Y era esto. Él sabrá cómo ir mostrándomelo.
San José de Tiabaya, Arequipa, Perú
El motor que dinamiza la vida en esos pueblos peruanos cercanos a Arequipa, como no podía ser de otra forma, es la Iglesia. La Iglesia católica. Se ocupan de miles de personas que habitan en los cerros. La Iglesia que se concreta principalmente en la Parroquia de la Encarnación y en las Hermanas del Instituto de Religiosas de San José de Gerona. Pero también a través de decenas de fieles laicos comprometidos que dan su vida como pueden. Un auténtico regalo de Dios. Qué sería de todas esas personas sin ellos, sin ellas. Y allí está presente de muchas formas la ONG GAM-Tepeyac y el maravilloso trabajo que han venido haciendo durante más de quince años.
Estos pueblos jóvenes, como los llaman, están formados por cientos de chabolas de cartón, madera o sillar, “plantadas” en un cerro de arena y piedras, cerros muy empinados que cuesta subir horrores (no sé cómo se puede vivir ahí, me preguntaba todos los días que subía a visitar a la gente). En cada chabola viven entre seis y diez personas más o menos. Chabolas que son de cuatro por cuatro metros. En cada cama duermen dos o tres (y si uno se hace “pichi” por la noche, ya duermen mojados los dos o tres, eso, toda la noche). A algunos les toca dormir en el suelo, encima de unas frasadas o mantas o lana de animales que puede estar perfectamente llena de piojos o lo que sea.
Desde ahí, desde la parroquia y desde las hermanas, se crean los medios para hacer frente a las necesidades más importantes de esas personas en la zona. Ellas y los Padres conocen el terreno y eso es lo fundamental para querer a la gente… y les aman con el amor de Dios, el de Verdad, el amor del bueno, el único, el que no se confunde. Les conocen, se saben los nombres de todos (son familias de ocho, nueve o los que sean…), como pude comprobar con la hermana Flor un día que salimos a visitar chabolas por los cerritos. Saben qué necesidades hay y tratan de responder a todo con los medios que tienen. Han entregado su vida al Señor en los más pobres de Perú. Eso es el amor de Dios, el de Verdad que os digo. Están en manos del Señor (la hermana Rosario decía que “la redención la tiene que hacer Dios y no nosotros” –así no nos creemos importantes y no creemos que merecemos nada… porque todo nos lo dará Él, hasta la salvación porque “nos ha comprado con su sangre”-).
Las Hermanas y los Padres de la parroquia son instrumentos de Dios para que, por lo menos, a algunos de los más pobres de Perú, les llegue alguna migaja o alguna gota de agua, aquí en la tierra (como el pobre Lázaro, también espero que reciban su banquete en el cielo). Lo repito, son el ejemplo de cómo se deben hacer las cosas en este mundo. Ellas se ocupan de atender a los que no tienen nada. Cuidan de sus enfermedades, les visitan en sus chabolas, les transmiten alegría, se preocupan por ellos, les animan a vivir dignamente (que tengan la chabola ordenada y limpia), que vayan al médico, que los niños estudien, que se quieran en la familia (que no lleguen borrachos a casa, que no se peguen)… y, sobre todo, que el Señor es lo más grande que pueden encontrar en la vida (les animan a bautizarse, a asistir a Misa, les dan catequesis en una cancha de fútbol sala…) Y es que la parroquia y las hermanas son el corazón, la cabeza y el alma de San José de Tiabaya. Han dado su vida por los más pobres y eso sí que es amor. Eso sí que es misión. De eso es de lo que intenté aprender allí y lo que trato de recordar y vivir aquí.
Y es que la respuesta para estas experiencias, para estas misiones, para estos deseos de Dios en nuestra vida no puede ser otra: “Hágase en mi según tu palabra”. Como la Virgen María, en un continuo olvido de sí porque lo único importante es el Señor y los hermanos que les rodean.
En el “Hágase” se funda toda la alegría de la Virgen María, en la fe y confianza absoluta en el Señor en cuyas manos se pone definitivamente. Mis planes son sólo tus planes, me abandono en tus manos. Y no merezco nada porque todo lo has ganado, Tú, mi Señor, por mi… en la cruz (esto lo decía Abelardo, algo que yo repetía en las pláticas que di en los Ejercicios Espirituales que preparamos para los jóvenes de los pueblos de San José).
Como decíamos Paco y yo, la misión de julio 07 en Perú fue una actividad de la Milicia de las de toda la vida… como siempre. Fue la concentración en un mes de unos Ejercicios con Abelardo, un campamento, unas jornadas de Semana Santa, unas convivencias de Navidad… Fue la vida.
Este texto se lo dedico a todas las personas que he conocido en mi viaje a Perú, a los padres, hermanas de San José de Gerona, a los peruanos de los pueblos jóvenes de Arequipa y a los amigos con los que compartí esos días tan apasionantes: Paco, Raquel y Bea, más al Grupo Santa María que tanto nos apoyó desde España y de donde nace este proyecto. Hay mucha vida aquí.