“A la escucha de Dios en los surcos de la historia. La secularidad habla a la vida consagrada.”
Gentilísima Señorita, EWA KUSZ
Presidente del Consiglio Esecutivo. Conferenza Mondiale degli Istitui Secolari
Piazza San Calisto, 16 – ROMA
Me es grato hacer llegar a los miembros de los Institutos Seculares el presente Mensaje del Santo Padre, en ocasión del Congreso que se celebra en Asís y que ha sido organizado por la Conferencia Mundial de los Institutos Seculares con el fin de tratar el tema A la escucha de Dios en los «surcos de la historia»: la secularidad habla a la consagración.
Esta importante temática pone el acento sobre vuestra identidad como consagrados que, viviendo en el mundo la libertad interior y la plenitud del amor, que derivan de los consejos evangélicos, los reconoce como hombres y mujeres capaces de profunda mirada y de buen testimonio al interior de la historia. Nuestro tiempo plantea a la vida y a la fe, interrogantes profundos, aunque al mismo tiempo manifiesta el misterio de la nupcialidad de Dios. En realidad, el Verbo que se hizo carne celebra las nupcias de Dios con la humanidad de cada época. El misterio por siglos y siglos escondido en la mente del Creador del universo (Cfr. Ef. 3,9) y manifestado en la Encarnación, es proyectado hacia su realización futura, pero entretejido en el hoy, como fuerza redentora y unificadora.
Al interior de la humanidad en camino, inspirados por el Espíritu Santo, pueden reconocer los signos discretos y a veces escondidos que revelan la presencia de Dios. Sólo gracias a la fuerza de la gracia, que es don del Espíritu, pueden vislumbrar en los caminos, a menudo torcidos de los acontecimientos humanos, la orientación hacia la plenitud de la vida sobreabundante. Un dinamismo que representa, más allá de las apariencias, el verdadero sentido de la historia según los designios de Dios. La vocación de ustedes es de estar en el mundo asumiendo todos las cargas, los anhelos, con una mirada humana que coincida siempre con la divina, de la que brota un compromiso original, peculiar, fundado sobre la conciencia de que Dios escribe su historia de salvación en la trama misma de los acontecimientos de nuestra historia.
En este sentido, la identidad de ustedes afirma también un aspecto importante de su misión en la Iglesia: ayudarla a realizar su ser en el mundo, a la luz de las palabras del Concilio Vaticano II: «Ninguna ambición terrena empuja a la Iglesia; ella sólo busca esto: continuar, bajo la luz del Espíritu consolador, la misma obra de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, a salvar, no a condenar, a servir, no a ser servido (Const. Gaudium et Spes, 3). La teología de la historia es parte esencial de la nueva evangelización, porque los hombres de nuestro tiempo tienen necesidad de reencontrar una mirada global sobre el mundo y sobre el tiempo, una mirada verdaderamente libre y pacífica. (Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa por la nueva evangelización, 16 de octubre, 2011). El mismo Concilio nos recuerda que la relación entre la Iglesia y el mundo ha de ser vivida con el signo de la reciprocidad, ya que no es sólo la Iglesia que se da al mundo, contribuyendo para hacer más humana la familia de los hombres y su historia sino también, es el mundo que se da a la Iglesia, de manera que ella pueda comprenderse mejor a sí misma y vivir mejor su misión, (Cfr.Gaudium et Spes, 40-45).
Los trabajos que ustedes se disponen a desarrollar se detienen luego en lo específico de la consagración secular, en la búsqueda de cómo la secularidad habla a la consagración, de cómo en sus vidas los rasgos característicos de Jesús –virgen, pobre y obediente- adquieren una típica y permanente «visibilidad» en medio del mundo (Cfr. Exhort. Ap. Vita Consecrata, 1). Su santidad desea señalar tres ámbitos sobre los que han de centrar la atención.
1. En primer lugar, la donación de sus vidas como respuesta a un encuentro personal y vital con el amor de Dios. Ustedes que han descubierto que Dios es todo para ustedes, han decidido dar todo a Dios, haciéndolo de modo particular: permaneciendo laicos entre los laicos, presbíteros entre los presbíteros. Esto exige particular vigilancia porque sus estilos de vida manifiestan la riqueza, la belleza y la radicalidad de los consejos evangélicos.
2. En segundo lugar, la vida espiritual. Punto firme e irrenunciable, referencia segura para nutrir aquel deseo de hacerse unidad en Cristo que es tensión de la existencia total de todo cristiano, más aún, de quien ha respondido a una llamada radical del don de sí. Medida de la profundidad de la vida espiritual de ustedes no son las muchas actividades, que exigen sus esfuerzos, sino más bien la capacidad de buscar a Dios en el corazón mismo de cada acontecimiento y de reconducir a Cristo toda cosa. Es el «recapitular» en Cristo todas las cosas del que habla san Pablo (Cfr. Ef. 1,10). Sólo en Cristo, Señor de la historia, toda la historia y todas las historias encuentran sentido y unidad.
En la oración, pues, y en la escucha de la Palabra de Dios se alimenta este anhelo. En la celebración eucarística encuentran ustedes la razón de hacerse pan de Amor partido para los hombres. En la contemplación, en la mirada de fe iluminada por la gracia, se enraíza el compromiso de compartir con cada hombre y con cada mujer las inquietudes profundas que los habitan, para construir esperanza y confianza.
3. En tercer lugar, la formación, que no descuida ninguna edad establecida, porque de lo que se trata es de vivir la propia vida en plenitud, educándola en aquella sapiencia que es siempre consciente de la creaturalidad humana y de la grandeza del Creador. Busquen contenidos y modalidades de una formación que les haga, laicos y presbíteros capaces de dejarse interrogar por la complejidad que atraviesa el mundo de hoy, de permanecer abiertos a las inquietudes provenientes de las relaciones con los hermanos que encuentren en sus caminos, de comprometerse en un discernimiento de la historia a la luz de la Palabra de Vida. Sean disponibles a construir, en unión con todos los buscadores de la verdad, proyectos de bien común, sin soluciones preconcebidas y sin miedo a las preguntas que quedan sin respuestas, y siempre prestos a poner en riesgo la propia vida, con la certeza que el grano de trigo, que cae en tierra, da mucho fruto (Cfr. Jn. 12,24). Sean creativos, porque el Espíritu construye novedad; alimenten miradas capaces de futuro y raíces sólidas en Cristo Señor, para poder comunicar también a nuestro tiempo, la experiencia de amor que está en la base de la vida de todo hombre. Estrechen caritativamente las heridas del mundo y de la Iglesia. Por encima de todo, vivan una vida dichosa y plena, acogedora y capaz de perdón, por estar fundada en Cristo Jesús, Palabra definitiva del Amor de Dios por el hombre.
Mientras el sumo Pontífice les hace llegar estas reflexiones, asegura para el Congreso y la asamblea un especial recuerdo en la oración, invocando la intercesión de la Beatísima Virgen María, que ha vivido en el mundo la perfecta consagración a Dios en Cristo y de todo corazón les envía a usted, y a todos los participantes la Bendición Apostólica.
También me uno personalmente, con mis mejores deseos y aprovecho esta circunstancia para llegar a ustedes con sentimientos de gran estima.
Tarcisio Cardenal Bertone, Secretario de Estado