La vida, un viaje. Esta metáfora sobre la existencia humana, común a la sabiduría popular de todos los tiempos, adquiere un significado muy particular para el cristiano. No es un vagabundear sin meta fija tras la conquista de objetivos pasajeros, o la búsqueda ansiosa de un Dios inalcanzable y desconocido, sino que, en Cristo, Dios mismo se ha hecho Camino, Verdad y Vida de los hombres. Un camino humano, encontrable, reconocible, en el viaje del hombre por la vida. Así lo encontraron Pedro y Juan, y Andrés. Así lo encontró la samaritana. Y así lo han encontrado tantos hombres y mujeres, desde entonces. Porque desde la Encarnación del Hijo de Dios, Cristo no ha dejado de estar presente en la historia, ni dejará de estarlo jamás, para que le puedan encontrar los hombres. Cristo, en efecto, vive en la Iglesia, que es hoy su cuerpo, vivificado por su Espíritu, por su mismo principio de vida.
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