El trato íntimo con la Virgen del P. Morales.
Comunicación de José Miguel Domingo García y José Luis Acebes Arranz en el I Congreso Internacional P. Tomás Morales, año 2004
Cualquiera que se acerque a la figura y al pensamiento del P. Tomás Morales descubre que la Virgen está presente en todas las circunstancias de su vida: en lo trivial y en las decisiones transcendentales, en la oración y en la acción, en su infancia, y, sobre todo, en su madurez. A sus obras predilectas, los Institutos Seculares por él fundados los denominará Cruzados y Cruzadas de Santa María, y para definirlos dirá que “La Cruzada es María”. Exhortará a sus hijos a amar a la Virgen con locura.
¿Pero de dónde brota este amor a María? ¿Hasta qué punto configuró su existencia? Nos proponemos en esta comunicación adentrarnos en la relación del P. Morales con la Virgen, no a través de especulaciones o de deducciones inferidas a partir de sus exhortaciones sobre cómo se debe amar a la Virgen, sino abordando una aproximación más directa, autobiográfica. Vamos a rastrear en este pequeño estudio las referencias a su trato con la Virgen que ha dejado en sus escritos e intervenciones grabadas, y a partir de ellas intentar reconstruir cómo fue su intimidad con María. El P. Morales, tan parco en hablar de si mismo, abre su alma en contadas ocasiones para referir los hitos que han marcado su amor con la Virgen, la función maternal protectora de María, y su trato personal con Ella.
No obstante, encontraremos que él mismo ha querido guardar el secreto de las gracias más íntimas. Al terminar una relación de los beneficios recibidos de la Virgen, en una homilía en forma de diálogo con Ella, se referirá a “tantísimas gracias que sólo Tú y yo sabemos…” (Homilía 1.10.1984). Esta reserva constituye de entrada una limitación importante al objetivo que nos planteamos. Comenzaremos analizando la interpretación que hará el P. Morales del papel de la Virgen a lo largo de su existencia.
I. “La Virgen Madre, Ella me sacó adelante”: La historia de un amor recíproco
El P. Morales al celebrar sus cincuenta años en la Compañía de Jesús hace un balance de su vida. Cuando dirige la mirada hacia atrás descubre la presencia maternal de María en cada rincón de su existencia, pero especialmente en los momentos claves de su biografía. Descubre en Ella su papel maternal protector.
I.1. “La recibí como Madre desde niño”. El amor a la Virgen en su infancia
¿Cuándo comienza el amor a la Virgen en el P. Morales? Lo encontramos ya en los primeros años de su vida: “Como Jesucristo sabía que yo no tenía fuerzas, me dijo: “Ahí tienes a tu Madre”. Y la recibí como madre mía desde niño. Primero por la fe que me transmitió mi madre a la Virgen de de Lourdes, después de niño en el colegio de Nuestra Señora del Recuerdo…” (CD 1853).
Conoció a la Virgen Madre fijando sus grandes ojos en los de su madre, Josefa. Ella le enseñó a rezar: “De palabra me había enseñado, como las vuestras a vosotros, a rezar la oración más deliciosa que tenemos en la vida cristiana: el Ave María, el Padre Nuestro“ (13.9.1981). Pero además aprendió de su madre a acercarse confiadamente a María: “Mi madre me enseñó con su ejemplo a acudir a la Virgen en mis necesidades. No me lo dijo de palabra quizá nunca (…) Pero con su ejemplo, casi sin palabras, me acostumbró ya desde entonces a acudir siempre con confianza a la Virgen. (Homilía 13.9.1981)
Josefa tenía una devoción particular a la Virgen de Lourdes. Un hecho va a marcar la vida de Tomás y la de toda la familia Morales Pérez en 1914. Una epidemia de sarampión va cogiendo a todos los hermanos. La hermana más pequeña, Margarita, se pone grave: “y entonces lo que hizo mi madre fue encender una lamparilla a la Virgen de Lourdes. Y en el momento en que encendió la lamparilla, sin saber cómo y de qué manera, mi hermana que estaba desahuciada empezó a recuperar la vida (…) Mi madre había prometido que si efectivamente devolvía la salud a mi hermana, entonces toda la familia iríamos a Lourdes”. (Homilía 13.9. 1981). El viaje no se llevará a cabo hasta 1920, pero quedó grabado en la memoria del pequeño Tomás. No sería el último, como veremos.
La imagen de María como Madre quedó grabada así en el corazón de Tomás desde niño, y aprendió a tratarla como trataba a su madre Josefa. Nos hace esta descripción de la oración de presencia: “Yo recuerdo que de niño muchas veces, a los siete, ocho o diez años, me sentaba en el suelo al lado del sofá en que se sentaba mi madre, y muchas veces no sentía nada, y muchas veces estaba distraído totalmente en mis juguetes¼ pero estaba con ella” (CD 3703). “No nos decíamos nada. Y a mí no se me ocurría tampoco nada que decirle, pero estaba (…) Oración es estar” (CD 3451).
Los años de internado en los jesuitas de Chamartín le aportarán una mayor intimidad con María, con Nuestra Señora del Recuerdo, cuya advocación daba nombre al colegio. Al faltarle la cercanía de su madre de la tierra se acercó mucho más a su Madre del cielo. Allí perteneció a la Congregación mariana de la Inmaculada, que contaba con sus reuniones, oraciones a la Virgen y obras de apostolado. Recordará con cariño a su director espiritual, el P. Vicente Gómez-Bravo, de quien dirá que le enseñó a amar “a esa Virgen que nos ha de salvar” (cf. PNT p. 96).
I.2. “Me situé en la longitud de onda (TE 317)”. Los años de la Universidad
Un segundo momento importante de profundización en su amor a la Virgen fue su ingreso en la Universidad: “[La recibí como Madre mía] luego, sobre todo cuando me llegaron mis años de universidad, tormentosos y difíciles. Pero la Virgen Madre, en cuyo Corazón yo me había ya refugiado, ella me sacó adelante” (CD 1853).
Se produce en este tiempo lo que él consideraría una primera conversión. Lourdes será de nuevo el escenario. “Tú en Lourdes… Hay que haber estado allí, como yo he tenido la suerte de estar varias veces, y experimentar a los 18 años el cambio que yo experimenté nada más que al ver allí a la Virgen, convirtiéndome de toda la inmundicia que veía en San Sebastián o en Biarritz o en San Juan de Luz. Es la Virgen Madre que hace las maravillas que hace” (CD 2023).
En estos años entró en contacto con la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y con los Estudiantes Católicos. El amor a María en Tomás adquiere a partir de ahora una dimensión operativa, que le lleva en estos momentos a dar la cara en la Universidad y la calle: “Al consagrarme a Ella en una Congregación Mariana universitaria empecé a amar y luchar por Cristo en las aulas y en la calle” (TE 317).
El amor a la Virgen en esos años le fue llevando a una mayor intimidad con el Señor, que fue el horno en el que se fraguó su ingreso en la Compañía de Jesús, en 1932. Continúa el texto anterior: “Me situé en longitud de onda para captar su llamada un 14 de mayo —sábado, y del mes de la Virgen—, víspera de Pentecostés. Hacia las tres de la tarde leo una carta que me llega. Me dice: «Si quieres ser perfecto…», y caí redondo…” (TE 317)
I.3. “Me hizo el regalazo estupendo de mi llamamiento a la vida religiosa” (CD 1853). María en el origen y desenvolvimiento de su vocación
Hacia el final de su vida, reconocerá que su vocación ha sido por entero un regalo de la Virgen, hasta tal punto que la llamada del 14 de mayo pasará a ser en su recuerdo el 13, fecha cargada de simbolismo, ya que coincidirá también con el aniversario de su ordenación sacerdotal (1942) y de la comunicación a los primeros cruzados de la aprobación verbal de la Cruzada de Santa María por parte del Arzobispo Patriarca de Madrid, Monseñor García de la Higuera (1955): “El 13 de mayo, se cumplieron 60 años. A las 3 de la tarde en el norte de Italia, se aparece a mí la Virgen diciéndome unas palabras: “Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme” (…) La Virgen hizo el milagro, a los 15 años de aparecerse en Cova de Iria. El milagro, ¿en qué consistió? Aquellas palabras que yo había oído muchas veces y había leído muchas veces, me derribaron del caballo; del caballo de mi carrera, del caballo de mi doctorado, del caballo de mi novia, de mi familia a quien quería mucho, que me estaba esperando en Madrid”. (Homilía 24.1.1992).
I.4. María, clave de interpretación de los acontecimientos de su vida
Era Ella la que iba tirando de los hilos de su vida para irle orientando paulatinamente hacia su vocación. Así dirá, por ejemplo: “Total, que yo estoy aquí (…) porque la Virgen Madre se compadeció de mí en un mes de mayo y de repente, una oposición brillantísima, ¡Ja! eclipse, por un detalle insignificante” (CD 3435), aludiendo al fracaso aparente de su oposición a notaría, circunstancia que orientó sus pasos hacia los estudios de doctorado en Bolonia.
A esas intervenciones de la Virgen en su vida las llamará “apariciones”: “Cuántas veces, Madre, te has aparecido deliciosamente en mi vida. Me has hecho sufrir mucho, por supuesto. Las cataratas de mis ojos tú las has ido limpiando con tus apariciones. Otras te has aparecido a mí inspirándome confianza al caer para no desalentarme ante los fracasos, para empezar a ser humilde (…) Dieciocho veces apareciéndote en Lourdes, pero a mí muchas más. Otras, invitándome a tener oración continua de sentidos, mortificación de ojos, de oídos, de lengua, de imaginación” (CD 2823).
I.5. “Mi perseverancia en la Compañía de Jesús ha sido regalo de Ella”. María fiel hasta el encuentro definitivo
El P. Morales descubre en María la presencia maternal que ha ido cuidando y alentando posteriormente su fidelidad en la vocación: “Mi perseverancia en la Compañía de Jesús ha sido regalo de Ella. Virgen fiel, contagias fidelidad al encendernos más y más en el amor a Tu Hijo. Nos haces estar y llorar contigo junto a la Cruz. Nos comunicas fuerzas para sufrir y para esperar, para creer y para amar y para «gozar en deleitoso olvido»” (TE 316).
De este modo la vida será en adelante una peregrinación hacia la meta, recorrida con nostalgias de cielo, bajo la protección de la Virgen: “Madre qué buena eres. Enséñame a vivir como tú en paciencia mirando al cielo, y a morir como tú ardiendo en amor de Dios, en deseo de encontrarme con Él. Porque así fue tu muerte, Madre. Ardiendo en deseos de encontrarte con Dios” (CD 1380). Nostalgias de Cielo que se hacen cada día más intensas al caer de la tarde: “Dios te salve María. De tu Corazón Inmaculado hoy cuántas gracias han llovido sobre mi alma. Al atardecer de un día, sobre todo como hoy, la naturaleza serena, tranquila… Un día menos para vernos, Madre querida. Veinticuatro horas más cerca ya de ti” (CD 1355).
Pero ese encuentro con María comienza ya en esta vida, porque intimar con la Virgen es vivir ya cielo en la tierra. Reflexiona así sobre una anécdota de su vida: “Llegaba yo a Salamanca, (…) y en el tren que me conducía (…) iba una madre en el mismo departamento en que yo viajaba. Y entonces, esa madre nos hablaba a todos los que estábamos allí del deseo tan grande que tenía de abrazar a su hijo. Resulta que no hacía más que un mes que se había separado de él en Gijón, pero estaba deseando encontrarle en Salamanca. Y habría que ver las expresiones que utilizaba esa mujer anhelando ver a su hijo. Y entonces yo interiormente pensé: la Virgen tiene muchas más ganas de verme en el cielo. Y tiene muchas más ganas de verme en la tierra para enseñarme, para defenderme de las astucias del dragón rojo, invisible, que se mete en mí para que yo no viva cielo en la tierra (…) Entonces la Virgen está deseosa de verme para siempre en el cielo, pero ya desde ahora”. (CD 3579)
II. “La Virgen Madre, solicitud incansable (TE 323)”
El P. Morales percibe con claridad que María, como Madre querida, ha estado pendiente de su vocación a través de los avatares de su existencia, orientándola para que fuera descubriendo la voluntad de Dios.
II.1. “Invocamos a la Virgen María y milagrosamente quedamos salvos y libres” (Homilía 12.9.1981). Protectora en los peligros
Volviendo la vista atrás, ve cómo María, Madre siempre vigilante, le ha librado de los peligros del cuerpo y del alma. En varias ocasiones relata las intervenciones de la Virgen cuando estaba a punto de perder la vida (cf. PNT p. 61 ss). Como resumen dirá que “la Virgen me libró a mí, en cinco ocasiones por lo menos, de peligros de mares, de ríos, de montañas” (Homilía 13.9.1981). “¿Te acuerdas, Madre? Porque yo no puedo olvidarme. Cuántas veces tú en la vida (…) me has libertado. Cuando ya estaba a punto en un nevero de estrellarme contra las rocas, en un precipicio, en las montañas, o en las aguas nadando a punto ya de sucumbir. Pero esto son nada más que los beneficios corporales que tú has hecho conmigo”. (Homilía 1.9.1984). Son momentos que han quedado grabados en su memoria con gran riqueza de detalles. Al llegar al final de su vida los valora en su justa medida, siempre en función de las gracias espirituales: “Eso no fueron más que beneficios materiales que ella me hizo para conservar la vida física en la tierra y vivir unos cuantos años más aquí abajo” (Homilía 13.9.1981).
Por eso, en sus narraciones, después de hablar de los beneficios materiales de la Virgen, procede a resumir los beneficios espirituales: “Pero si empezase yo a contar todo lo que ella ha hecho en mi alma a lo largo de estos años no tendríamos tiempo para acabar. Todos los beneficios que ha hecho conmigo; tantas veces que me he librado de caer en el pecado, dominando mis pasiones; tantas veces que rogando a su Hijo me ha otorgado el perdón, la gracia del llamamiento a la vida religiosa, el don incomparable del sacerdocio, toda una cantidad de gracias tan grande…” (Homilía 13.9. 1981).
Concretando aún más dirá que: “el Corazón de la Virgen (…) ha sido para mí, en medio siglo de vida consagrada y cuarenta años de sacerdocio, esa cápsula protectora tan providencial y acogedora. En esos años, y en los veinticuatro anteriores, ataques furibundos del triple enemigo. Tentaciones de todas clases, desconfianzas, incomprensiones, miedos, desengaños, persecuciones, hasta poder comprender algo a San Pablo: “Nos vemos abrumados muy sobre nuestras fuerzas hasta desesperar de la vida”, pero, como al Apóstol, “de todas estas cosas me libró el Señor”, dándome a María como Madre. (TE 323)
II.2. “Confié en la Virgen y ambas cosas salieron a pedir de boca”. Consuelo en los momentos de sufrimiento y recurso en los momentos de dificultad
La vida del P. Morales estuvo jalonada de grandes alegrías, pero también de notables sufrimientos. María será su consuelo en el dolor. Escribirá “En 50 años he sido feliz en el sufrimiento […] Como Cristo sabía que yo no tenía fuerzas, me dio a su Madre” (15.5.1982. Estar, abril 1996, p. 10).
Ella fue también su recurso habitual en las dificultades. Frecuentemente se verá desbordado por acontecimientos que le superan. En esos momentos la invocación a la Virgen surge con fuerza. Bastará una mirada interior a Ella para que se aleje la inquietud: “Dios te salve, María. Te miro y ya empiezo a salir de mí mismo. Preocupaciones, ¡fuera! Inquietudes, ¡lejos!” (+-CD 2788). En sus escritos aparecen ejemplos frecuentes que ilustran este recurso habitual a la Virgen. Citaremos dos de ellos: “No sabía cómo iba a salir la cosa. Confié en la Virgen, y el viernes de Dolores intenté la peligrosa aventura. Y ambas cosas salieron a pedir de boca” (GD9). “Me refugié en la oración en aquellos días de Pentecostés que se iniciaban, y me limité a pedir a la Virgen que, como en otro tiempo en el Cenáculo, alcanzase para estos nuevos primeros cristianos el Espíritu de Fortaleza, de Verdad y de Amor. Me abandoné totalmente en los brazos de Dios Padre”. (GD10)
Esta confianza nace de la fe en la omnipotencia suplicante de la Virgen, y no de las propias fuerzas: “Dios te salve María, vida, dulzura, esperanza mía. En ti confío, en mí ya no puedo confiar nada, porque soy incapaz de todo; en ti confío Santa Madre de Dios”. (CD 3604).
II.3. “La Virgen sería para mí camino para encontrar la voluntad de Dios”. Consejera en las decisiones importantes
A medida que iban tomando cuerpo las obras por él emprendidas, surgían multitud de decisiones a tomar. Su preocupación en esos momentos no era tanto ser eficaz, como encontrar la voluntad de Dios. La Virgen fue confidente y orientadora en muchas de esas decisiones. Señalaremos sólo algunos ejemplos: “La Virgen sería para mí, en la soledad silenciosa y rodeado de monjes contemplativos, camino para encontrar la voluntad de Dios en orden al futuro en la Iglesia de la Cruzada de la Inmaculada” (GD 1). “Permanecí en oración desde entonces, suplicando continuamente a María […] y cuando en la mañana del 23 abandonaba el monasterio para regresar (…), la decisión estaba ya tomada: En la Cruzada, en el Hogar, habría sacerdotes.” (GD3)
II.4. “María: ama de llaves de mi casa y de mi vida”
A Ella abandona confiado todos sus cuidados. Si tan bien le ha cuidado en los peligros materiales y en los espirituales, si es su protectora, su consuelo, su consejera… María será la encargada de guardar su vida entera: “Dios te salve, María, elevada al cielo. Mírame, enséñame, defiéndeme, hasta que nos veamos” (CD 3518). “Madre, aquí tienes mi llave (…), mi puerta abierta para la gracia, para que Cristo venga a mi vida. María, (…) ama de llaves de mi casa y de mi vida, toma todos mis secretos, todas mis llaves; y que me deje yo bañar en la luz, que el Verbo Encarnado irradia y en la que te envuelve”. (CD 247)
III. Los “modos de orar con María” del P. Morales
El P. Morales recurre a múltiples formas de oración, pero podemos constatar que en todas ellas se las ingenia para hacer presente a la Virgen de una manera o de otra, ya que está convencido de que María está presente –oculta, pero verdaderamente- a nuestro lado, cuidando de nosotros: “Cuando te representas a María así, a tu lado, estás mucho más cerca de la realidad que cuando te la figuras allá, perdida en el cielo, nadando entre estrellas” (CD 2316).
III.1. “Preparaba mi oración cerquita de la Virgen”. El amor a la Virgen alentado en la oración diaria.
Preparaba su oración acompañado de la Virgen. Contamos con su testimonio escrito: “La noche del 24 de marzo preparaba mi oración del día siguiente sobre la Encarnación, cerquita de la Virgen…” (GD)
Y hacía su oración diaria al lado de María: “¡Qué bien, Madre, se hace oración contigo, qué descubrimiento!” (CD 1382). En ella continuamente pedirá a la Virgen que le alcance a su Hijo; es más, que le dé: “tus ojos, para mirarle; tus labios, para besarle; tus brazos, para abrazarle; tu corazón, para amarle” (IL 25).
III.2. “Me gusta hacer la oración contigo hablando…”. Oración en conversación con la Virgen
El P. Morales recurre frecuentemente al diálogo con la Virgen para dar forma a sus homilías, intervenciones en Ejercicios Espirituales. Es un estilo pedagógico por el cual orienta a sus oyentes a ponerse en contacto con la Virgen de modo familiar, con confianza. Pero al mismo tiempo estos diálogos son un reflejo de su amor espontáneo a María, ya que en algunos de ellos “se le escapan” delicadezas propias de su intimidad con María. Muchas veces, a través de estas conversaciones con la Virgen, le descubrimos niño, travieso, débil, necesitado de su amor de Madre.
Así, por ejemplo, comentará: “Dios te salve, María. La verdad es que nunca había pasado un día de tu realeza tan estupendo como este (…) Lo que vio santa Gema Galgani me lo estás enseñando tú. Ella un día de la Asunción, yo 79 años de retraso después, pero nunca es tarde, Madre, si la dicha es buena. Me gusta hacer oración contigo hablando de esta manera. Primero porque no me canso, porque me da igual que me duela la cabeza que no me duela, como no hay nada que pensar, sino que todo es amar… Aunque esté corporalmente cansado, psíquicamente fatigado, me es igual; aunque esté cargado de inmundicias y de pecados, ¿qué niño pequeñín de tres o cuatro años, por muy manchado y sucio que esté, se resiste a presentarse ante su madre, si sabe que su madre es todo cariño por él y que al verle tan sucio, pues no solamente no se indigna, sino que se conmueve para limpiarle, para lavarle más cariñosamente?”. (CD 1345)
III.3. “Cuando hablo con la Virgen, al desgranar las cuentas del rosario”. El rosario con la Virgen
El rosario se convierte en un momento de diálogo de amor con la Virgen, en el que le expone sus preocupaciones y los deseos más hondos de su corazón. El rosario servirá además como un medio eficaz para mantenerse unido a sus hijos en la distancia. Escribirá: “Cuando hablo con la Virgen, al desgranar las cuentas del rosario, al contemplar este mar dilatado con su nombre escrito en sus aguas […] se me derrite el corazón de alegría pensando en vosotros […] Y pido, mirando hacia Covadonga –ya he volado muchas veces hacia allí, subiendo las gradas que conducen a su Altar- que Ella os meta en su gruta, os cobije, para transformar la Cruzada de las montañas (vosotros) en la Cruzada de las mesetas y de los mares (los que vendrán)” (carta a los cruzados desde Comillas, 5.8.1960)
III.4. “Hijo mío queridísimo…” (CD 1354). Oración escuchando a María
Un diálogo con la Virgen supone también afinar el oído para escuchar su voz. Seleccionamos dos de estas conversaciones, en las que queda plasmado el tono de inmensa familiaridad en que se llevan a cabo: “Toda tu vida María fue un sí completo a la voluntad de Dios. Y tú me dices: “hijito mío, déjate llevar, abandónate, nada temas, ofrécete, para que tu vida sea también un sí de amor continuo”” (CD 1394).
“¿No ves que soy tu Madre y me lo sé todo? Pero aquí tienes el éxito, porque ahora empiezo Yo a ser Madre tuya. (…) No es que Yo amo a todos los hombres en su conjunto, es que amo a cada uno. En esto, claro, Dios me ha divinizado con la Encarnación. Ha ensanchado mi Corazón de tal manera, que se parece algo, aunque remotísimamente, al Suyo (…) Entonces, todo mi amor de Madre cae sobre ti. Ven a solas, vete quedándote cada vez más solo, abandonándote, y entrarás con más facilidad en este mundo nuevo de la Encarnación, en el Evangelio, en la vida consagrada en definitiva”. (CD 1416)
III.5. “Madre: enséñame a pronunciar contigo Padre, Padre que estás en los Cielos…” (CD 2242). Rezar el Padrenuestro con la Virgen
María se convierte también en maestra de oración, ya que nadie como Ella ha rezado el Padrenuestro: “Voy a pedirle a la Virgen ahora, que ella me enseñe a deletrear el Padrenuestro. De sus labios lo aprenderé cada día con más profundidad. Quizá en la tierra lo aprendí de los labios de mi madre, pero no tengo que olvidarme de esta otra Madre, que me hace profundizar en las palabras sublimes pronunciadas por Jesús aquel día. Nadie como ella ha sabido decir con los labios, con el corazón, con la vida, “Padre nuestro que estás en los cielos”. Porque nadie como ella se abandona en Dios, nadie como ella es niña para Dios, nadie como ella vive el Evangelio. ¡Qué confianza tener una madre tan maravillosa!” (CD 1351).
III.6. “Quiero ser como niño viendo el rostro de su madre” (IL 196). Oración mirando a María
La oración del P. Morales es eminentemente contemplativa, es un juego de miradas. En este sentido abundan las referencias a la oración, partiendo de una mirada a una imagen de la Virgen, frecuentemente la que tiene delante: “Qué fácil se me hace la oración, Madre; no tengo más que mirar tu imagen. Unos ojos vidriados. Hay gozo pero también hay dolor en esa mirada. Hay el gozo de una madre y el honor de una Virgen, me dice la liturgia; pero también hay el dolor inmenso de un corazón que siente que no es comprendido en esa hartura de amor a Jesucristo niño que tienes en tus brazos. Imagen amorosa, imagen doliente, Santa María de Fátima, Santa María de Lourdes, la Virgen del Evangelio, gozosa con la alegría de la Madre, honorificada con la gloria de la virginidad, y mártir toda su vida hasta el calvario, y ahora, en lo alto de los cielos, intercediendo por mí”. (CD 725)
En otras ocasiones de la mirada de una imagen pasa a la mirada interior y real de María: “”¿Por qué puedes adorar así?», le preguntas tú a la Virgen. Y entonces ella sin palabras, con la mirada, con esa mirada tan apacible que tiene ella (si esta imagen de la Virgen tiene esa mirada que te quedas… viéndola, y parece que estás en otro mundo, la realidad de la mirada de la Virgen ¡qué será!), y te dice ella, con la mirada: «Puedo adorar así, con fe tan viva, reverencia tan profunda, amor tan limpio, pues porque tengo el alma desprendida de un mundo que pasa. Vivo en la Eternidad. Mi corazón es virginal, transparente«. (CD 2032)
Esta contemplación ignaciana, arraigada, hecha costumbre en él, se llega a convertir en la sustancia de su oración con la Virgen. Así comentará: “Esto es lo que hacen dos personas unidas por un íntimo amor: cuando se han dicho todo, callan y se miran. Lo que te pasa cuando tú llegas, abrazas a tu madre, le dices unas cuantas cosas, ella te dice algunas; y entonces, después de decirlo todo, callan las personas y se miran, y en esta mirada silenciosa, se condensa todo el amor y se traduce toda la ternura de los afectos, sin palabras. Por eso, Dios te salve, María, que le mire, que me deje mirar” (CD 1702).
“Quiero ser como niño viendo el rostro de su madre. Hacer o no, según la mirada que en ese momento me dirija María”. (IL196)
III.7. “La Virgen Madre te da en la Eucaristía al mismo Jesús” (CD 2467). Vivir la Eucaristía con la Virgen
Como dirá el P. Morales, “la mejor manera de hacer Misa es penetrar en el Corazón de la Virgen Santa María” (CD 2455, Homilía 4.9.1983). Él lo vivió así, y le pedirá a María que preparase su corazón para vivir la Eucaristía como Ella: “La Virgen tenía que estar en el cenáculo también, y por eso, Madre querida, ¿cuáles serían tus sentimientos? ¿Cuál sería tu amor en aquel momento? Por eso quiero yo vivir en tu Corazón de Madre. Revísteme de esos sentimientos de adoración con que Tú, al ver que Jesús levanta el Pan –Este es mi Cuerpo-, le adoras” (CD 1711).
III.8. “A cada página que lees, a cada párrafo que escribes, a cada palabra que dices hay un vuelo de amor” (CD 2441). Oración al hilo de la vida
En realidad, la oración se prolonga en todos los momentos del día. Para ello cualquier objeto que ve, lo que escucha o lo que le sucede son estímulos para dirigir enseguida una mirada, una oración a la Virgen. Así comenta en unos Ejercicios Espirituales: “Se ha quedado la imagen apagada, no hemos podido encenderla a pesar de nuestro buen deseo. Ah, ¿qué quiere la Virgen? Que sea yo, tú, cada uno, quien la ilumine. ¿Verdad, Madre, que te interesa más que iluminaciones eléctricas que se proyecten sobre tu rostro de madre tan acogedor, la pureza de mi alma desprendida de todo lo terreno?” (CD 2437)
Lo mismo ocurre al hilo de una canción o de una poesía: “Dios te salve, María (…) Contigo en el cielo, colmado mi anhelo, qué feliz seré. Pero contigo en la tierra, ya, ahora, contigo, mirándote, invocándote siempre, qué feliz soy. Aunque esté muriéndome, aunque me duela la cabeza, aunque haya fracasado. Aunque tenga dentro el aguijón de la carne (…) soy feliz. Porque te miro y sobre todo me dejo mirar” (CD 2238)
En definitiva, cualquier pequeño acontecimiento cotidiano era ocasión para ponerse en contacto con María. Comenta así poco después de su operación de cataratas en 1992: “La imagen esa, peregrina… Como la veo con nuevo ojo, este año he apreciado que tiene lágrimas en sus ojos. He apreciado una mirada tan clara de la condenación eterna de sus hijos. Pide sacrificio, y el principal sacrificio es, no hacer la voluntad propia sino hacer la voluntad de Dios”. (CD 3807)
III.9. ““María”: ¡Qué eficaz es esta oración!” (CD 2461). Las letanías del amor dirigidas a la Virgen
Para alentar la presencia de María en cada momento del día utilizaba las jaculatorias, a las que prefería llamar letanías del amor. Son expresiones de gran familiaridad y confianza con la Virgen. Él enseñará así a utilizarlas: “¿En qué consiste esto de letanías del amor? Pues en que cuando vas ahora al comedor y cuando subes luego y estás por los jardines, y estás en tu cuarto, y estás durmiendo o estás despertándote: “Santa María, soy tonto”; “Santa Madre de Dios, no tengo arreglo”; “Santa Virgen de las Vírgenes, en ti confío”; “Puerta del cielo, quiero amar”; “Auxilio de los cristianos, enséñame a vivir en Jesús para el Padre”… Cada vez una cosa que se te ocurra y que te salga del corazón, pero letanías del amor a todas horas del día”. (CD 359)
Por ejemplo, encontramos en una de sus intervenciones de Ejercicios Espirituales está aplicación tan directa a lo cotidiano y tan coloquial: “Cuanto antes reviente el grano que traes mejor. ¡Pero si esto es lo que nos pasa a todos! Te duele el grano, estás molesto, no sabes qué hacer¼ hasta que, ¡Pumba! Hasta que revienta. Te duele la muela, pues hasta que vayas al otro y no te la saque el sacamuelas correspondiente¼pues ya está, rabiando entre tanto. Así somos todos de poquita cosa. Y la Virgen que es madre dice: “¡Pobrecito hijo mío, qué mal lo está pasando! Y todo por tonto, por cabezota”. Porque la Madre tiene unas frases tan tiernas: “Pequeñín, si es que eres tonto, es que eres cabezota”. (CD 1330)
O esta otra, fruto sin duda de la observación de sus limitaciones, hecha oración: “Indiferente a esos pensamientos que me vienen: “¡pero qué tonto este que me ha tocado al lado!; si lo echaría yo al río…”. Pues todas estas cosas que pasan y que pasarán siempre, que es lo más normal del mundo, hasta que tú un día tomas la buena costumbre de divertirte riéndote de todos y primero de ti mismo. Y empieza la letanía del amor: Santa María, soy un payaso. Santa Madre de Dios, soy tonto de remate. Santa Virgen de las Vírgenes, que hijo más idiota te has echado”. (CD 337)
De esta forma, la presencia de la Virgen no se limitaba a los momentos de oración. Se podría decir que trabajaba, escribía, viajaba con la Virgen. Por ejemplo, sus múltiples viajes se convierten así en ocasión para intimar con Ella: “La Virgen de Guadalupe -a la que invocaba siempre en mis horas de viaje-, Santa María de la Montaña en Cáceres, y la Virgen de la Soledad en Badajoz, hicieron el milagro” (GD18).
IV. “La Virgen es mi Madre”. Sobre todo madre (CD 1518)
Desde pequeño descubrió a la Virgen como Madre. Escribirá: “Miraba a la Estrella, invocaba a María como un niño acude a su madre, escuchaba a San Bernardo. Y “rogándola no me despistaba; invocándola, no me desesperaba; pensando en Ella, no erraba”. Refugiado en la cápsula de su Corazón inmaculado, era inasequible al desaliento, invulnerable a los torpedos enemigos, flotando entre limitaciones y miseria. Así desde niño” (TE 323). Este amor filial irá ganando en profundidad a lo largo de su vida, hasta tal punto, que a veces le parecerá que todavía no ha empezado a amarla como debía: “Que el Espíritu Santo me ilumine para yo comprender que la Virgen tiene que empezar a ser madre mía. Porque hasta ahora resulta que no lo he descubierto, hasta llegar a los 70 años, ¡mira qué gracia!”. (CD 1344).
“Madre me estás metiendo ganas de meterme ahí en tu Corazón cuanto antes, porque eres tan maravillosa… Hace unos meses (…), no sé por qué, alguien me hacía pensar: “con tal de que yo me entere que la Virgen es mi madre, que el Espíritu Santo me ilumine para comprenderlo, está todo hecho” (CD 1344)
IV.1. Madre de confianza, de consuelo y de amor
Descubrir a María como Madre le llena de confianza, de consuelo y de amor: “Confianza porque si en el cielo está también el corazón carnal, humano, material de la Virgen, ha sido precisamente para que ese corazón tan compasivo, siga ahora compadeciéndose mucho más por mí en el cielo, ayudándome mucho más que antes, por renegado que yo sea. Aunque haya pataleado y siga pataleando muchas veces. Ella sonríe: “espérate hijito mío que yo soy madre para ti. No patalees, porque yo acabo triunfando siempre””. (CD 1338)
““Como una madre acaricia a su hijo, así yo os consolaré, llevaré en mi regazo, os meceré sobre mis rodillas”. Solamente esto se puede saborear en el Corazón de la Virgen, meciéndote, para descubrir que Dios es perdón”. (CD 1747)
“¡Dios te salve, María!, tienes tanta tarea como Madre mía… Pero me da una esperanza tan grande el que tú seas mi madre, el que Dios haya hecho contigo el regalo de darte el corazón de Madre más exquisito y delicado para que me abraces, para que me tomes como un niño, me lleves en tus brazos, me estreches contra tu corazón maternal, enseñándome contigo a perderme en el abismo de amor, Encarnación, Iglesia, Cristo dentro de mí”. (CD 3710).
No es de extrañar, por tanto, que la invocación más frecuente a la Virgen que aparece en sus escritos sea “Madre”, a secas, o “Madre querida”, y a veces, más familiarmente, “mamá”: “Haz tú lo mismo, como yo lo he hecho. Aprópiate la frase de Santa Teresita, y no te arrepentirás: «Comprendí que la Virgen velaba sobre mí, y que yo era su hija, y que siendo así, no podía darle otro nombre que el de «mamá», pues me parecía más tierno que el de «madre»»” (TE 314).
IV.2. “Madre que no aparta ni un momento sus ojos de mí”. Madre de misericordia
Consciente de su pequeñez y debilidad, recurre a la Virgen como madre misericordiosa, y señala este camino también para sus hijos. De esta forma las propias limitaciones se convierten en ocasión para conquistar el amor misericordioso de María y de su Hijo: “La humildad consiste no en reconocer que tengo apegos, miserias, caídas, sino en alegrarme de tenerlas para que el médico divino pueda intervenir quirúrgicamente si hace falta, o médicamente sin cirugía según a Él le parezca. Me alegro de tener estas miserias para que la madre me quiera más, me cuide mejor, para ser más hijito para mi madre querida; me alegro”. (CD 1378).
Por tanto el sentimiento de debilidad se transforma en motivo de alegría, al descubrir el cuidado maternal de la Virgen: “Soy la alegría de Jesús a pesar de que soy un desastre. Ah sí, mira que casualidad, alegría de Jesús siendo yo un desastre. Vamos a ver, entre una madre y un hijo, de tres o cuatro años, pues la madre es la alegría del hijo y el hijo la alegría de la madre, aunque ese niño sea más feo que Picio, aunque haga las mayores trastadas imaginables, porque entre dos seres que se quieren, el uno es la alegría para el otro, y el otro es la alegría para el uno, aunque sean tontos, jorobados. ¿Verdad, Madre, que en el Corazón tuyo se descubren cosas admirables?” (CD 1399).
“Ante las palabras de Jesús, «mujer, ahí tienes a tu hijo», Ella, desde ese momento me recibe como madre cariñosísima, como madre que va guiando los pasos en mi vida, como madre que no aparta ni un momento sus ojos de mí. Cuando ya se llega en la vida a una edad avanzada realmente que este Evangelio lo ve uno perfectamente cumplido en todos los años de su larga vida”. (CD 2769)
IV.3. “Además de Madre, Maestra para mí” (CD 1405)
María será para el P. Morales Maestra de todas las virtudes: fe, oración, confianza. Abundan los ejemplos; señalaremos solamente algunos de ellos: “Enséñame, Madre, a entrar en tu escuela, que me matricule en ella. Es la escuela de la fe, de la confianza. Si dejas que me matricule, Tú, María, serás, además de Madre, Maestra para mí. Dios se abrirá sobre mí ya desde ahora. Y ese Reino de maravillas, que ni ojo vio, ni oído escuchó, ni el corazón del hombre es capaz de comprender, ese cielo anticipado empezará para mí”. (CD 1405)
“En tu Corazón de Madre, Tú vas a ser Maestra para mí, además de Madre, para contemplarle, para mirarle y, sobre todo, para dejarme mirar y empezar a quererle. Porque dos personas se quieren más mientras son más parecidas. Se van identificando en sus pensamientos, en sus quereres. Madre, hazme guapo para que Él me mire. Y me haces guapo por la humildad, desapareciendo”. (CD 1514)
V “Cada día un poco mayor y más confiado”. La respuesta de amor en el P. Morales
El P. Morales, como niño, pide a Jesús que le dé lo necesario para poder corresponder al amor a la Virgen. “Anda, Jesucristo, haz esto conmigo (…) entrégame a tu Madre (…) para que viva, en unión de pensamiento, en unión de voluntad, y sobre todo en unión de corazón, con Ella. Porque si la tomo como muy madre, entonces, con la Virgen lo podré todo sin yo poder nada” (CD 2351). De manera recíproca, entrar en el Corazón de la Virgen, relicario de amor, es la mejor forma de adorar y dar gracias a Dios: “Dios, al regalarme el Corazón de su Madre (…) suple mi incapacidad para adorarle a El con la plenitud que merece y yo deseo” (TE 324).
V.1. “Rebosante de agradecimiento a la Virgen”. El agradecimiento a la Virgen
Consciente de tanto bien recibido en el don de la Virgen como Madre, responderá constantemente con el agradecimiento. Lo encontramos así en muchos de sus escritos y homilías: “Rebosante de paz y agradecimiento a la Virgen, abandoné la casa del señor Obispo” (GD14). “Acabo, sin saber acabar, dando gracias a la Virgen por tantos regalos a lo largo de mi vida, en especial en el medio siglo transcurrido” (TE 329). “Gracias, Madre querida, primero por las gracias individuales que me has hecho a mí en estos días y siempre. Y luego, por las gracias institucionales que has hecho a tu Cruzada querida”. (CD 3698)
V.2. El don de la fidelidad
El P. Morales cifra la fidelidad de su vida como uno de los frutos del amor de la Virgen: “Dios, dándome a la Virgen como Madre, me ha hecho también fiel, a mi aire, entre luces y sombras, tropezando y levantándome, pero sin perder de vista la Estrella que da luz y al cielo guía” (TE 323-324)
V.3. “Ahí tienes a tu Madre para consolarme a mí”. Consolar a Jesús
Como consecuencia de su trato asiduo con las personas, había llegado a la conclusión de que la mujer es más capaz de sintonizar con los sentimientos del otro, y por tanto para consolar, que el hombre. Sin embargo él siente unos deseos enormes de consolar a Jesús ¿Cuál es la solución? Consolar a Jesús tomando a María: “La mujer en este punto lleva ventaja, en esto de consolar. Gracias a Dios las ha hecho a ellas así, con un instinto maternal tan grande… Les ha dado el gran don de la maternidad. Pero también yo sé que para consolarle no tengo que hacer más que una cosa: obedecer. Tomar a María como madre, y si me la apropio, entonces puedo consolarle mucho más que todas las mujeres juntas. Aquí está el profundo sentido de la frase (…): “Ahí tienes a tu madre para consolarme a mí. Ahí tienes a tu madre para ser fiel, ahí tienes a tu madre para tener la fortaleza que necesitas y realizar algo totalmente imposible para ti: permanecer fiel al amor””. (CD 2419)
VI. “Hazte tan pequeño que puedas meterte en el Corazón de la Virgen”. Respuesta nuestra
Podemos imitar al P. Morales en su humildad y en su confianza en el trato con la Virgen. Él nos recomienda el “truco” que a él le ha funcionado: “Hazte tan pequeño que puedas meterte con holgura en el Corazón de la Virgen. Ella te hará más diminuto aún –te lo digo por experiencia-, para que quepas en el de Cristo y seas feliz en El” (TE 326).
En este décimo aniversario de su partida al Cielo recobran un valor especial sus palabras finales (su “testamento”) en el Tesoro Escondido. “En obediencia de fe a Cristo mi Señor, tomad a María como Madre. Es la mejor dádiva que podéis ofrecerme en esta fecha jubilar recordando siempre que «prendados de vosotros nos complacimos en entregaros no sólo el Evangelio, sino nuestra propia vida, puesto que nos habíais ganado el corazón» (TE 318).
Que el final de esta comunicación sea el que él quiso colocar al concluir “Hora de los Laicos”: “No cierres este libro sin dejar tu corazón a la Virgen, te digo al terminar…”. (TE 330). Que este pequeño trabajo sirva para que haya quienes se animen a conocer y hacer de su vida una historia de amor con la Virgen, siguiendo en ello a este hijo predilecto suyo que fue Tomás Morales.