Vivir, para el ser humano, es convivir. La vida en sociedad no es algo añadido u opcional para el ser humano, algo convencional y que pueda fabricar a su antojo, sino una dimensión constitutiva fundamental. La persona humana es un ser único e irrepetible, llamado a configurar su vida mediante el desarrollo responsable de su libertad a través de la convivencia.
La vida social satisface necesidades que una persona nunca podría satisfacer, y le ofrece posibilidades que nunca podría desarrollar por sí sola; con ello hace posible su supervivencia y su desarrollo material, moral y espiritual. El ser humano no puede dejar de convivir sin deshumanizarse. Pero la convivencia entre seres libres es complicada. En ella se dan tensiones, es preciso coordinar la libertad de los individuos y el orden social.
Por eso es necesaria una autoridad dotada de conocimiento y de poder efectivo que sirva a la sociedad coordinándola, que intente armonizar el interés particular y el bien común orientando los esfuerzos de todos hacia este último. Y esta es la razón de ser de la actividad política. Es preciso promover el bien común y defender la dignidad de las personas que la componen. Todos deben colaborar solidariamente a ello, pero hay que recordar que el sentido y la razón de ser de la vida social es el bien de las personas, que son siempre el sujeto, el principio y el fin de la vida en sociedad.