+ FRANCISCO CERRO CHAVES
OBISPO DE CORIA – CÁCERES
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
1.- Primacía de la Palabra de Dios en nuestra Diócesis
2.- La Palabra de Dios es para todos:
2.1.- “Tu Palabra me da vida”
2.2.- “Lámpara es tu Palabra para mis pasos”
2.3.- “¡Habla, Señor! Que tu siervo escucha”
3.- Método de la lectura de la Palabra de Dios
3.1.- ¿En qué consiste este método?
3.2.- Fases de este método
A.- Lectura de la Palabra de Dios (Lectio)
B.- Meditación-asimilación de la Palabra de Dios (Meditatio)
C.- Oración-diálogo con el Señor (Oratio)
D.- Contemplación-Asombro (Contemplatio)
E.- Anunciar la Palabra de Dios
CONCLUSIÓN
A LOS PRESBÍTEROS, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS Y A LOS CRISTIANOS LAICOS, A LOS CONSEJOS PASTORALES DE LAS PARROQUIAS Y A LAS COFRADÍAS DE LA DIÓCESIS, A LOS JÓVENES
INTRODUCCIÓN
San Jerónimo decía que ignorar la Sagrada Escritura, la Biblia, es ignorar a Cristo, odo lo que sabemos de Él nos ha sido revelado y lo encontramos en la Palabra de Dios leída e interpretada en la tradición viva de la Iglesia. Y llegaría un momento en que Jesús sería el gran desconocido de nuestra vida, sin leer la Palabra de Dios. Leyendo, orando, meditando y contemplando la Palabra de Dios y aterrizando en nuestra vida, podremos llegar al conocimiento y a la sabiduría de “vivir con los sentimientos de Cristo”, para poder vivir evangelizando estas tierras, que necesitan ser transformadas por el Amor de Dios.
En el tiempo que llevo con todos vosotros, me he sentido acogido y amado como Obispo y Pastor de esta amada Iglesia de Coria-Cáceres. Doy gracias por ello a Dios y a todos vosotros. Os digo una vez más que intento amaros y serviros con toda mi alma y así lo pido al Señor todos los días.
Desde mi primera Pastoral “Quédate con nosotros” y continuando con la segunda “Servir al Señor con alegría” se palpan desde el primer momento mis grandes deseos de Pastor: trabajar al servicio del pueblo de Dios que camina en Coria-Cáceres, poniendo todos los medios para facilitar el encuentro de cada uno con Jesucristo Vivo y Resucitado. Cuando es acusado por sus enemigos, Pablo responde diciendo que la razón de su lucha no es otra que la siguiente: Cristo que murió en la cruz ha resucitado y está vivo. Sólo teniendo una profunda experiencia de encuentro con Cristo, nuestra vida se transforma. Este encuentro exige que volvamos al Señor, que nos convirtamos a Él.
En este Año Paulino y teniendo como fondo el Sínodo de los Obispos con el Papa sobre la Palabra de Dios, deseo profundizar en la teología, espiritualidad y pastoral paulina.
Para San Pablo la conversión siempre tiene tres claves que él vivió en profundidad
en sí mismo:
- El encuentro con Jesús
Cristo resucitado salió al encuentro de Pablo en el camino de Damasco, que lo recuerda como “fue tirado por el suelo” de su soberbia, y desde esa realidad humilde “fue conducido de la mano como un niño” para entrar en la Comunidad de Damasco donde Ananías, el presbítero, el sacerdote de la comunidad cristiana, (no hay conversión sin comunión con la Iglesia) dirige su oscuridad (no veía nada) hacia la luz que es Cristo que le devuelve la visión de los ojos y del alma.
En el camino de Damasco San Pablo dirá que la base profunda de toda conversión está en ser encontrado por el Resucitado en el “camino de la vida” y desde nuestra propia realidad “hacerse como niño”, ayudado por la Iglesia, nuestra Madre, para vivir en el gozo y la alegría del Amor de Dios.
2. La aceptación de la cruz.
Sin la aceptación de la Cruz no hay profunda conversión. San Pablo llega al Areópago con fama de predicador y apóstol enamorado de Cristo; arrasa con su vida. Por otra parte nadie duda de su profunda preparación. El discurso en el Areópago, “Parlamento”, el más importante de la cultura de aquella época, fue un estrepitoso fracaso. Aunque el discurso no tiene desperdicio y humanamente está perfectamente construido, incluso citando a sus poetas griegos, prácticamente el fruto fue escaso. Pablo va a dar un gran paso en su profunda conversión personal. “En adelante predicará a Cristo y a éste Crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos, pero salvación para el que cree” (cf. ICort.1, 23-24). San Pablo acaba de ser alcanzado por el Crucificado que es el Resucitado. Tendrá que asumir que el Evangelio es la salvación que se anuncia a través del escándalo de la Cruz. Sin anuncio de la Cruz el cristianismo se queda “descafeinado”. Este segundo paso será primordial para que San Pablo descubra lo profundo del Evangelio que siempre es “un escándalo” para los que viven al margen de la Cruz de Cristo
3. La fuerza se realiza en la debilidad
La conversión plena implica aceptar que “la fuerza se realiza en la debilidad”. Es lo más difícil en la conversión. Aceptar nuestra pobreza, nuestras limitaciones, nuestros pecados como “lugar teológico” o lugar de encuentro con la Misericordia del Señor. Sólo en la medida en que nuestra vida asuma toda nuestra pobreza, sabiendo que no es obstáculo a nuestra santidad, sino la condición que el Señor pone para hacernos santos, nuestra vida cambiará totalmente. San Pablo llevaba muchos años luchando contra “un aguijón que le apalea”. No dice en concreto en qué consista este “aguijón”; suponemos que es algo que forma parte de su vida, de su historia personal y que lo hunde y le desarma. “Le he pedido al Señor, dice, que me quite este “aguijón”. El Señor le ha contestado que lo acepte ya que “la fuerza se realiza en la debilidad”, porque “cuando soy débil entonces soy fuerte” En el fondo aquí se realiza el Pablo plenamente convertido. Profundamente humilde en su pobreza real, le basta Cristo. Solamente con una profunda aceptación de nuestra pobreza y aceptando que “la fuerza de Dios se realiza en nuestra debilidad”, construimos la verdadera santidad. Asumir toda nuestra pobreza es camino seguro de la verdadera conversión que es vivir siempre sabiendo que la paz es Cristo y que cuenta siempre con nuestra pobreza para hacer realidad su amor en el mundo.
San pablo nos conduce a Cristo que encontramos en la Palabra, en la Iglesia y en todos los acontecimientos de nuestra vida.
1.- PRIMACÍA DE LA PALABRA DE DIOS EN NUESTRA DIÓCESIS
“Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Heb.4,12).
Anunciar y exponer la Palabra de Dios es una tarea pastoral de primera necesidad e importancia para la misión de la Iglesia, también para nuestra Diócesis de Coria-Cáceres. Entreguemos y pongamos en las manos y en el corazón de todos los fieles las Escrituras Santas. Deseo vivamente que toda la vida pastoral Diocesana esté envuelta e impregnada de la Palabra de Dios porque sin ella desconocemos en profundidad a Jesucristo Nuestro Señor y Salvador como nos dice San Jerónimo. Revisemos si la Palabra de Dios es el alimento habitual de nuestros encuentros diocesanos, de nuestras Comunidades, de nuestra vida y estilo eclesial, de nuestra habitual vida de oración. Recordemos lo que decía Orígenes a los cristianos de su tiempo: “ Vosotros que estáis acostumbrados a tomar parte en los divinos misterios, cuando recibís el Cuerpo del Señor lo conserváis con todo cuidado y toda veneración para que ni una partícula caiga al suelo, para que nada se pierda del don consagrado. Estáis convencidos justamente de que es una culpa dejar caer sus fragmentos por descuido. Si por conservar su Cuerpo sois tan cautos – y es justo que lo seáis – sabed que descuidar la Palabra de Dios no es culpa menor que descuidar su cuerpo (“In Exod. Hom. 13, 3”).
La Biblia, que como decía Jean Lafrance, es una carta de Amor que Dios nos envía cada día como respuesta a todos nuestros interrogantes y a todas nuestras búsquedas, debe ser el alimento que la comunidad cristiana, parroquia, grupos, asociaciones, movimientos, comunidades, cofradías, debe tomar y ofrecer constantemente como el alimento que hará que la fe sea auténtica y verdadera, la esperanza más cierta y firme y el amor más verdadero y sincero.
Una verdadera renovación eclesial en la que estamos empeñados nos pide a todos un conocimiento mejor de la Biblia, una escucha más continuada de la Palabra de Dios, una fidelidad más exacta al Evangelio y un anuncio más ilusionado y creíble de la Palabra de Dios en la homilía, en la predicación, en las catequesis, en los catecumenados, en los ejercicios de piedad, en los cantos…., con ocasión y sin ella.
A revalorizar la Palabra de Dios en los ámbitos de la vida de la Diócesis, de las Parroquias y de los cristianos está encaminada esta Carta Pastoral que os entrego y confío a todos y a cada uno. Acojamos de corazón la Palabra divina, como María, dejémonos interpelar y edificar por ella y consintamos gozosamente en que nos estimule y nos fortalezca. Creo que así el Señor dirá de nosotros “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc.11, 28; cf. Jn.13, 17).
2.- LA PALABRA DE DIOS ES PARA TODOS
Dios dirige su Palabra a todos, no a unos cuantos escogidos. El Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática sobre “La Revelación Divina” expresa el deseo de la Iglesia de que todos los cristianos, sacerdotes, religiosos y religiosas, consagrados, laicos, descubran en la Palabra de Dios la fuente del conocimiento y del Amor de la Trinidad y a Jesús Redentor del Hombre. La Palabra de Dios debe ser alimento habitual y cotidiano para vivir la profunda vocación a la santidad a la que estamos llamados todos por el bautismo. Ahora bien, ¿cómo puede haber santidad sin la contemplación y la presencia del Amor de Dios? . Y ¿cómo podemos vivir a tope la fe sin el alimento de su Palabra?. Ya los Santos Padres aconsejaban claramente que todos los cristianos leyesen las Sagradas Escrituras y salían al paso de los que creían que la Palabra de Dios no era para ellos, para los que viven en el mundo. San Juan Crisóstomo salía al paso de algunos que no leían las Escrituras porque decían que ellos no eran monjes. Recordemos sus palabras: “Algunos decís que no sois monjes. Pero en esto os equivocáis, porque pensáis que la Escritura es sólo para los monjes, mientras, en cambio es más necesaria todavía a vosotros, queridos fieles, que estáis en el mundo ¿Hay algo más grave y pecaminoso que no leer la Escritura y creer que la lectura sea inútil y no sirva para nada? (San Juan Crisóstomo In Matheum , 2, 5 en PG 57, 30)
Es urgente y necesario que en nuestra vida y en nuestra espiritualidad esté presente la Palabra de Dios para que ilumine nuestra existencia como les ocurrió a los discípulos de Emaús (cfr. Lc. 24, 32). Pidamos al Señor que nos explique también a nosotros las Escrituras “mientras vamos de camino para que arda nuestro corazón y podamos reconocerle en la vida, en la Palabra, en la Fracción del pan”
2.1.- TU PALABRA ME DA VIDA
A veces nuestras Comunidades dan la impresión de que están sin vida, de que están pasando momentos de “sequía”. Parece como si nos hubiéramos instalado en una queja continua, y hubiéramos cambiado el deseo de “ver con los sentimientos de Cristo” por una cierta apatía y una crítica un tanto amarga que no nos hace bien. Es necesario volver a Jesucristo, cuyas palabras son espíritu y vida; es preciso recobrar un estilo de vida esperanzado que nos regala y otorga el Amor de Dios siempre que nos abrimos a su gracia y acción en nosotros. Como Pedro digamos hoy a Jesús: “Señor ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn.6,68). Las palabras del Señor nos dan la vida eterna. No lo olvidemos.
Al hilo de estas reflexiones os invito a que en todas las Parroquias existiesen lectores abundantes de la Palabra de Dios, los cuales descubriesen y se percatasen de que la Palabra de Dios no se lee, sino que es proclamada a la Asamblea. Para eso es preciso no dejar a la improvisación la lectura de la Palabra de Dios en la Santa Misa. Celebremos la Eucaristía del domingo y de las fiestas de tal modo que podamos decir con toda verdad lo que decían los primeros cristianos: “no podemos vivir sin la Eucaristía, sin el domingo, sin el Día del Señor”, sin su Palabra que nos da vida. ¡Ojalá que la Palabra de Dios ocupe el lugar y la importancia que merece en nuestra Diócesis, en nuestras Parroquias y Comunidades cristianas, en nuestras propias personas!.
Por otra parte, os recuerdo que en nuestra Hoja Diocesana y en la página web de la Diócesis y en otras, existen comentarios muy jugosos a la Palabra de Dios de cada domingo. ¿Por qué no poner en manos de los fieles estos comentarios para que ellos descubran la riqueza de la Palabra de Dios que nos da Vida, y para tener comunidades llenas de ilusión y esperanza para contagiar la fe? Es fácil hacer esto.
2.2.- LÁMPARA ES TU PALABRA PARA MIS PASOS, LUZ EN MI CAMINO
Nuestra vida cristiana, nuestra espiritualidad, deben estar impregnadas constantemente de la Palabra de Dios que es “lámpara que guía nuestros pasos” y “luz en el camino de nuestra vida”. Mientras no nos pongamos “a remojo” en la Palabra de Dios y vivamos el gozo y la alegría de que la Palabra de Dios es luz en nuestro camino por estas tierras entrañables de Extremadura hacia la Casa del Padre, tenemos el peligro de vivir desconcertados, desnortados y descontentos. Volvamos a descubrir la Palabra de Dios en la Liturgia, en la celebración de la Eucaristía, de tal modo que podamos decir con el profeta: “cuando encontraba Palabras tuyas las devoraba”, pues son alimento que transforma nuestras personas y renueva nuestras vidas.
Si la Palabra de Dios tiene que ser lámpara que ilumine y guíe, es necesario que en toda reunión, en todo encuentro, en los Consejos Pastorales, en el Consejo Presbiteral y en cualquier otro acto en el que nos reunimos en el Nombre del Señor y de la Iglesia, la Palabra de Dios tenga la primacía. Sabemos que en una reunión, en un encuentro, donde no se proclama y se reza la Palabra de Dios y donde no se reflexiona desde ella, se tiene el riesgo de querer verlo todo de “tejas abajo”, y ello puede tener como consecuencia no encontrar más que soluciones, a veces demasiado humanas, a nuestros problemas, dificultades, dudas…. Cuando la Palabra de Dios es lámpara que ilumina a todos, es claro que nos interpela y nos invita a buscar juntos las mejores soluciones.
Que tengamos comunidades vivas, participativas, abiertas y acogedoras donde realmente se proclame y se escuche la palabra de Dios. Una comunidad, en la que la Palabra de Dios no ilumina su vida y su acción, corre el riesgo de caer en una fuerte desorientación o de dejarse llevar por “el liderazgo” o el talante personal de unos cuantos. En cambio, una comunidad que acoge y escucha la Palabra de Dios, que la Iglesia custodia como su gran tesoro, vive en la Presencia de Cristo y tiene el deseo permanente de transformar su vida, haciéndose, cada vez más, testimonio y signo vivo del Amor de Dios a todos, especialmente a los más pobres, y convirtiéndose en fermento evangélico de la sociedad y testigo de la misericordia de Dios, que nunca pasa.
Pidamos y roguemos al Señor que multiplique las vocaciones al Presbiterado, diaconado, a la vida consagrada y al laicado (NMI 46).
2.3.- HABLA, SEÑOR, QUE TU SIERVO TE ESCUCHA
A.- ¡Habla, Señor!
Me parece muy oportuno referir aquí la petición del joven Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (I Sm.3, 10). Imitemos a este joven que, desde lo más profundo de su alma y en actitud de humildad y obediencia, le pide a Dios que le hable. También Dios nos hablará…Prestémosle atención, como María… El siempre llega a punto.
B.- Dios nos habla
Dios, nuestro Padre, “que habita en una luz inaccesible” (ITim.6,16), nos ha hablado desde siempre; no nos ha dejado solos en este mundo creado por Él con sabiduría y amor; no nos ha abandonado en esta tierra que él hizo fecunda regándola con las aguas de los ríos y con las de los cielos. Dios nos ha comunicado su misterio íntimo y su designio salvador. El autor de la Carta a los hebreos expresó esto así: “De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los profetas, en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Heb.1,1). El Concilio Vaticano II, por su parte, enseña esta misma verdad con estas palabras: “dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (Ef.1,9), mediante el cual los hombres por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina” (DV 2). Desentrañemos brevemente esta verdad.
* Dios en su infinita misericordia no abandonó al hombre y a la mujer que se precipitaron en el pecado, separándose de Él: “cuando por su desobediencia el hombre perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte” (Plegaría eucarística IV), sino que le comunicaste un mensaje de esperanza y de vida, de amor y de gracia, que con razón es llamado: el primer evangelio. He aquí las palabras que Yahvé Dios dirige a la serpiente en los albores de la humanidad: “Enemistades pondré entre ti y la mujer y entre tu linaje y su linaje; él te pisará la cabeza mientras acechas tú el carcañal” (Gn.3, 15). Agradezcamos a Dios su misericordia para todos y cada uno de los seres humanos; también para ti.
* Dios habló a nuestros antepasados por medio de los profetas, a quienes eligió para que fuesen sus portavoces ante y para los hombres a fin de mantener en ellos la fe en el Dios de la Alianza, guiarlos en la observancia de los mandamientos de Dios y conservar en ellos la esperanza del Salvador prometido. Dios puso en ellos su palabra: “Y me dijo Yahvéh: mira: yo pongo mis palabras en tu boca” (Jer.1,9). El profeta Ezequiel, por su parte, dice: “Y me dijo (Dios): “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí la boca y él me hizo comer del libro diciéndome: hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y me supo dulce como la miel” (3,1-3). “De esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio” (DV 3).
* Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios, que tanto amó al mundo, nos envió a su Hijo Jesucristo, que es su Palabra viviente: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios (…) Y la Palabra se hizo carne y habitó con nosotros” (Jn.1, 1. 14). Jesucristo es la Palabra plena y definitiva: “Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que esta” (CATIC 65). Recordamos aquí a San Juan de la Cruz que dijo esto mismo con palabras nacidas de su experiencia mística: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra (…); porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo” (Subida al monte Carmelo 2,22, 3-5).Todas las demás palabras dicen relación y referencia esta Palabra de Dios encarnada.
* Después de Jesucristo y del envío del Espíritu Santo, surge la misión de la Iglesia confiada por el Señor a los Apóstoles de predicar el Evangelio a todas las gentes y de bautizarlas, con la ayuda Espíritu Santo…
Vemos, pues, que toda la historia de la salvación está jalonada por la auto-manifestación de Dios que ha ido revelando su misterio y su voluntad amorosa y salvadora a los hombres a lo largo de los siglos, hasta llegar a la plenitud y a la cima con el envío de su propio Hijo, que es su palabra Encarnada, consumación de la revelación divina. Cristo es la Palabra de Dios plena y definitiva
Agradezcamos durante toda nuestra vida a Dios que nos haya hablado, evitando así que permaneciéramos y viviéramos en las tinieblas del pecado, de la muerte…
Pongámonos todos de forma atenta y devota a la escucha de la Palabra de Dios, diciéndole al Señor pidiéndole que nos dé un corazón que escuche.
C.- “¡Danos, Señor, un corazón que escuche!”
El profeta Isaías nos comunica su experiencia religiosa con estas palabras: “El Señor cada mañana me espabila el oído para que escuche como los discípulos. El Señor me ha abierto el oído y yo no me he resistido ni me echado a tras” (50,4-5). No podemos escuchar la Palabra de Dios si Dios no nos concede un corazón que escuche. Supliquemos a Dios que abra, mañana tras mañana, los oídos de nuestra alma para que podamos escuchar su Palabra de gracia, de vida y de salvación. A este ruego, Dios responde no sólo despertando nuestros oídos sino que Él mismo se acerca a nosotros y nos llama. El evangelista San Juan ha escrito estas palabras memorables: “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap.3, 20). Reconocemos la prioridad absoluta y la iniciativa total de Dios que ama, conoce, elige, llama y señala el sendero y el camino que ha de seguir el hombre…No seamos indiferentes a su llamada, ni sordos a su voz… El salmista nos exhorta con unas palabras muy actuales:
“Ojalá escuchéis hoy su voz:
no endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras” (Sal.94,7-9).
El que escucha al Señor ha de decirle como Pedro: “¿A quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn.6, 68).
El que escucha al Señor, ha de decir con el Salmista: “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque Tú vas conmigo” (Sal.22)
El que escucha al Señor, no volverá la vista atrás cuando sienta la tentación de las cosas de este mundo porque sabe que su oro es el Señor
El que escucha al Señor, no siente miedo pues sabe que “aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré; pues junto a mí tu vara y tu cayado me consuelan” (Sal.22,4).
El que escucha al Señor ha de decirle como buen discípulo: “Te seguiré a donde quiera que tú vayas”, porque me has seducido y me has podido (cf. Jer. 20,7).
D.– Actitudes espirituales para escuchar la Palabra de Dios
Como María, la Madre de Jesús, acojamos su palabra y meditémosla en nuestro corazón (Lc.2, 19), aunque no la entendamos del todo y nos sobrepase (cf. Lc.2, 50-51). Como ella estemos pendientes de las palabras de Jesucristo para hacer lo que Él nos mande (cf. Jn. 2,5). Al lado de la cruz María recoge las palabras de su Hijo en la cruz (Jn.19, 25ss); imitémosla. Como ella, en el cenáculo, (Hech.1,14), perseveremos en la oración.
Como María, la hermana de Lázaro y de Marta, pongámonos a los pies de Jesús para escuchar su Palabra (cf. Lc.10, 38). Como ella, habremos elegido la mejor parte y nadie nos la quitará (cf. Lc.10, 42). Os propongo estas claves:
a.- Escuchemos la Palabra de Dios con el corazón. No se trata sólo de oír la Palabra de Dios; debemos escucharla y, en cierto sentido, verla y experimentarla para que, de este modo, nos lleguemos a sentir habitados y edificados, iluminados y guiados por ella. Juan Pablo II afirmó que “es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la Lectio Divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia” (NMI, 39). Que imitemos al profeta Jeremías que dijo: “Cuando encontraba palabras tuyas, yo las devoraba; tus palabras eran mi delicia y la alegría de mi corazón” (Jer.15, 16).
b.- Hagámonos pobres desde dentro. Los ricos y prepotentes no escuchan a nadie; se creen tan autosuficientes y poderosos que creen que no necesitan nada de nadie, ni siquiera la palabra. El egoísta sólo se escucha a sí mismo y a quien lo halaga. Si en nuestro corazón se levantan ídolos, éstos reclamarán de nosotros adoración, nos exigirán sumisión y no soportaran otros señores a su lado ni otras palabras que las suyas. El pobre sabe escuchar porque sabe recibir, porque hasta lo más pequeño le sirve, porque acoge con alegría y gratitud aun lo más sencillo. Dejemos que la Palabra de Dios nos ilumine y nos edifique, nos critique y nos juzgue; para ello nada mejor que leer y meditar con sosiego la Escritura Santa. El fariseo no pudo escuchar a Dios porque estaba lleno de sí mismo, de sus “obras”, de su soberbia. Contemplemos una vez más a Jesucristo “el cual siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2Cort.8, 9). Aprendamos de Jesús. Debemos hacernos pobres de espíritu para acoger y entender la Palabra de Dios. Quien lee la Biblia con corazón de rico fácilmente se queda en lo externo, en lo superficial…y no llega al alma de la misma.
c.- Hagamos silencio en nosotros. Sin silencio no hay escucha posible. Ahora bien no cualquier silencio me permite escuchar al otro. Sólo el silencio abierto al Tú y a los otros nos permite escuchar a Dios y a los demás. Sólo el silencio atento y lleno de amor me hará posible escuchar a Dios y a los otros. En cambio el silencio centrado en sí mismo, interesado, no me permite escuchar a nadie, ni tampoco a Dios, porque me cierra ante los demás, me repliega sobre mí mismo.
d.- Pongamos distancia entre las cosas y uno mismo. Si estoy lleno de mis cosas: dinero, fama. Imagen…); si estoy absorbido por mis preocupaciones, egoísmos; si no acallo los ruidos que levantan en mí las pasiones…me va a resultar muy difícil escuchar a alguien que quiera hablarme. En efecto, no tengo espacio para nadie, ni siquiera para Dios, y así no puedo escucharle.
e.- Valoremos al que nos habla. Si no valoramos a la persona que nos habla, no la escucharemos porque no le prestamos atención ni la consideramos. En el fono, esta persona no nos interesa. Si alguna vez nos desinteresamos y prescindimos de Dios, entonces ya no lo escucharemos En cambio, cuando queremos a una persona y la valoramos, también a Dios, entonces la escuchamos.
Jesucristo Resucitado salió al encuentro de los discípulos de Emaús (Lc.24, 13-35): el Señor en persona se hizo compañero de camino de unos discípulos para hablarles al corazón y, después de compartir su Cuerpo y su sangre con ellos. Enviarlos en misión, La Palabra de Dios, anunciada por el resucitado y comprendida bajo la luz del Espíritu Santo, convirtió aquel viaje desconsolado y triste en un camino de esperanza y de gozo… Hoy también el Señor sale al encuentro de nosotros en el camino de nuestras vidas, en los momentos dolorosos y gozosos… Él nos explicará las Escrituras por el camino de nuestra vida y entonces “arderá nuestro corazón” y “lo reconoceremos al partir el pan”. Y gritaremos como aquellos primeros hermanos: ¡Es el Señor! Y saldremos en misión…
3.- MÉTODO DE LA LECTURA ORANTE DE LA PALABRA DE DIOS
En la Tradición de la Iglesia y siguiendo las claves que recoge las líneas del Sínodo de los Obispos con el Papa sobre la Palabra de Dios, que se celebra en Roma, se habla de que “se ha de alentar vivamente, sobre todo, la lectura de la Biblia que se remonta a los orígenes cristianos y que han acompañado a la Iglesia en su historia”.
3.1.- ¿En qué consiste este método?
Esta lectura es el método más antiguo y valioso de escucha de las Escrituras y consiste en “una lectura, individual o comunitaria, de un pasaje más o menos largo de la Sagrada Escritura, acogida como Palabra de Dios, y que se desarrolla bajo la moción del Espíritu en meditación, oración y contemplación” (Pontificia Comisión Bíblica, “La interpretación de la Biblia en la Iglesia”, 1993). La “Lectio divina” es la lectura de la Sagrada Escritura, hecha según el Espíritu que habita en la Iglesia” (Cong. Pro Clericis: “Directorium generale pro catechesi”, 127).
Juan Pablo II dijo acerca de la “Lectio divina” lo siguiente: “La Palabra de Dios es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana. Ella alimenta una relación personal con el Dios vivo y con su voluntad salvífica y santificadora. Por este motivo la Lectio Divina ha sido tenida en la más alta estima desde el nacimiento en los Institutos de vida consagrada, y de manera particular en el monacato. Gracias a la “lectio divina”, la Palabra de Dios llega a la vida, sobre la que proyecta la luz de la Sabiduría que es don del Espíritu (…) Conviene que esta práctica de lectura orante se proponga a los sacerdotes y a los laicos” (Exhortación Apostólica: “Vita Consecrata”, 94, 1996). Años más tarde, afirma: “Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, con la antigua y siempre válida tradición de la Lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra divina que interpela, orienta y modela la existencia” (NMI 39).
Podemos decir que la “Lectio divina” no es un mero “estudio” científico de la Palabra de Dios –legítimo, loable, necesario- , sino que es una lectura orante de la Escritura Santa que busca sobre todo el contacto y la comunicación “de corazón a corazón” con Dios; es una lectura creyente, sapiencial, íntima, orante, espiritual y eclesial de un texto bíblico.
Esta “Lectio divina” exige del que la practica profunda humildad y desarraigo del pecado, apertura sincera a la Palabra de Dios y total disponibilidad al Espíritu Santo que ha inspirado la Palabra de Dios y habita en ella como luz que ilumina y guía al creyente hacia Jesucristo.
La Pontificia Comisión Bíblica concreta las finalidades de la Lectio divina de la siguiente forma:
– Suscitar y alimentar un amor efectivo y constante a la Sagrada Escritura, fuente de vida interior y de fecundidad apostólica,
– Favorecer una mejor comprensión de la Liturgia
– Asegurar a la Biblia un lugar más importante en los estudios teológicos y en la oración (Pontificia Comisión Bíblica: “La interpretación de la Biblia en la Iglesia”, 1993).
Siguiendo esta huella e indicación, decimos que este método de la Lectura de la Palabra de Dios, meditada en el corazón como María, tiene como finalidad facilitarnos el encuentro con la Stma. Trinidad a través de Jesucristo en el Espíritu Santo. Nos lleva, como una escalera, a ascender al Monte del Encuentro con Cristo, para, luego, bajar al Valle de la Vida, al encuentro con cada persona, especialmente con los más necesitados. Es muy útil como lo demuestra el hecho de estar avalado por la experiencia de siglos de la Iglesia.
Promovamos la “lectio divina” ya que debe convertirse en la forma habitual de acercarnos a la Palabra de Dios en nuestras comunidades cristianas. San Cipriano decía: “Dedícate con asiduidad a la oración y a la Lectio Divina, cuando lees es Dios quien habla contigo” (“Ad Donatum”, 15: CCL III A,12).
2.2.- Fases de la “lectio divina”
La práctica de esta lectura está articulada en cuatro fases: “lectio, meditatio, oratio et contemplatio” (lectura, meditación, oración y contemplación). Estas fases son grados diversos en la profundización de la Sagrada Escritura.
3.2.- Fases de este método
La práctica de este método tiene cuatro fases: “lectio, meditatio, oratio et contemplatio” (lectura, meditación, oración y contemplación), para concluir en el anuncio de esta misma Palabra. Estas fases son grados diversos en la profundización e interiorización de la Palabra de Dios a fin de captar cada vez más su significado existencial y concreto de tal modo que vivamos en el don de sabernos hijos y amigos de Dios, hermanos y servidores de los demás en Cristo Jesús, el Hijo, el Hermano, el Servidor. La relación entre estas fases es descrita por el Cartujano (1192/1193) en una carta que escribe a Gervasio así: “Buscad leyendo y hallaréis meditando, llamad orando y se os abrirá contemplando. La lectura busca la dulzura de la vida bienaventurada, la meditación la encuentra, la oración la pide y la contemplación la saborea. La lectura lleva comida sólida a la boca, la meditación la mastica y rumia, la oración prueba su gusto y la contemplación es la dulzura misma, que alegra y recrea. La lectura se queda en la corteza, la meditación penetra en la pulpa, la oración en la petición llena de deseo, la contemplación en el goce de la dulzura adquirida” (“Carta sobre la vida contemplativa al hermano Gervasio”, Scala Claustralium sive tractatus de modo orandi”; PL 184,475-484).
Deseo que, durante este Año Paulino, la Palabra de Dios ilumine nuestro Plan Pastoral Diocesano con todas sus riquezas y con todas sus iniciativas y acentos para que, “interiorizando” esa Palabra bajemos transformados desde la montaña al valle de la vida para compartir con nuestros hermanos “los gozos y las esperanzas, las tristezas y sufrimientos” (G.S. 1) y para llevar a todos la alegría del Evangelio que es “fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rm.1,16).
A continuación explicaré cada una de estas fases.
A.- LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS
La lectura de la Palabra de Dios es el estudio atento de la Sagrada Escritura para conocer y comprender mejor el texto, su sentido, su significado…Para ello hemos de hacer una lectura peculiar que se caracteriza pro los rasgos:
a.- Los cristianos hemos de leer la Sagrada Escritura
El Concilio Vaticano II exhorta a todos los cristianos a leer la Sagrada Escritura.
* “Los clérigos, y especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la Palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse “predicadores vacíos de una Palabra que no escuchan por dentro y han de comunicar a sus fieles, sobre todo en los actos litúrgicos, las riquezas de la Palabra de Dios, puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina” (DV 25a). En sintonía con esta enseñanza todos debemos dedicar tiempo suficiente a leer sosegadamente las Sagradas Escrituras.
* “A todos los fieles, especialmente a los religiosos, recomienda la lectura asidua de la Escritura, para que adquieran “la ciencia suprema de Jesucristo” (Fil.3,8), “pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (San Jerónimo) (DV 25 b). Un texto hermoso por el que el Concilio nos invita con fuerza a leer y conocer las Escrituras pues quien no las conoce no conoce a Jesucristo. El Concilio exhorta a las personas de vida consagrada así: “tengan, ante todo, diariamente en las manos la Sagrada Escritura, a fin de adquirir, por la lectura y meditación de los sagrados Libros, el sublime conocimiento de Jesucristo” (Fil.3,8) (PC 6).
Vemos, pues, que El Concilio tiene verdadero interés en que todos los cristianos leamos la Sagrada Escritura. En este sentido, ofrece varios lugares en los que podemos leer la Escritura Santa: la liturgia, la lectura espiritual, y otros medios…San Jerónimo escribía a los monjes un texto que debemos considerar y hacer nuestro todos: “lee con frecuencia (la Escritura) y aprende lo mejor que puedas. Que te sorprenda el sueño mientras sostienes el códice entre las manos y que la página sagrada reciba tu rostro vencido por el sueño” (Carta 22,17).
A la luz de estas enseñanzas conciliares, os exhorto a todos:
– Leed la Sagrada Escritura de forma individual. Todos los cristianos deberían leer todos los días, al menos, un párrafo de la Sagrada Escritura o, al menos, del Nuevo Testamento.
– Leed las Escrituras de forma comunitaria. En los grupos de la Parroquia, en la Acción Católica, en los Nuevos Movimientos, en la Catequesis, en Caritas…, dad a la Sagrada Escritura el lugar más importante y preferencial en vuestras reuniones, reflexiones y revisiones….Que ella ilumine siempre vuestros proyectos, vuestras obras…
– Leed las Escrituras en los monasterios y Casas de religiosos y de religiosas. A las Religiosas de Vida íntegramente contemplativa y a todos los demás Religiosos y Religiosas os ruego que pongáis la Sagrada Escritura al lado de la Eucaristía, para que así sean el corazón de vuestras Comunidades fraternas y os podáis alimentar de ellas para conformaros e identificaros cada día más con Jesucristo. Os recuerdo lo que el Concilio Vaticano II os dice a este respecto: “tengan continuamente en sus manos la Sagrada Escritura para conseguir con su lectura y meditación “el sublime conocimiento de Cristo” (Fil.3, 8) (PC 6).
Juan Pablo II pidió a todos: “Alimentarnos de la Palabra para ser “servidores de la Palabra” en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia en el comienzo del nuevo milenio” (NMI, 40).
b.- ¿Cómo debemos leer las Escrituras Santas?
* Una lectura atenta, en silencio. Para el israelita piadoso, la escucha de la Palabra de Dios es la principal base de su vida. ”Escucha, Israel (Det, 4, 1: 5,1; 6, 4-9). Es importante y necesario que cuando se proclame la Palabra de Dios se escuche bien, haya silencio, los micrófonos funcionen; si es un grupo pequeño, que el clima sea de escucha y si soy personalmente el que lo lee que le pida al Espíritu Santo que me ayude a captar la riqueza del texto leído. Si puedo hacerlo, es bueno subrayar aquel texto o párrafo que más me haya llamado la atención a primera vista. Sin lectura atenta nos perdemos el contenido.
* Una lectura asidua. Si queremos aprovechar el texto y profundizar en la Palabra de Dios, debe ser una lectura continuada, constante. Aunque a veces pueda parecer ardua, seca, que nada nos dice de entrada. Mi experiencia como Obispo me dice que cada vez que escucho la Palabra de Dios, sobre todo en comunidad, encuentro siempre cosas nuevas porque me dejo envolver por la Palabra de Dios proclamada.
* Una lectura creyente, es decir sapiencial, saboreada. El sabio en la Biblia no es el que tiene muchos conocimientos sino el que es capaz de “saborear y gustar” el Amor de Dios. Lo decía muy bien el salmista: “gustad y ved qué bueno es el Señor”. Es una lectura hecha con los ojos de la fe para que captemos la realidad profunda de nuestra vida. Hay que leer no solo los textos de la Escritura que me gustan, que me dicen “algo”, sino, también, los demás
* Una lectura orante. No basta con leer esta Palabra; es necesario que el Espíritu Santo, Maestro interior, interiorice esta Palabra en nosotros. Por ello, rezo y ruego al Espíritu Santo que con su fuerza haga realidad en nosotros las palabras de san Pablo: “que la Palabra de Cristo habite abundantemente en todos” (Col.3, 16), y que con su luz podamos alcanzar una inteligencia espiritual de esta Palabra: “El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios” (CATIC 1101).
* Una lectura eclesial. Es leer como la Iglesia nos lo propone a través del Año Litúrgico, a través de la celebración de la Eucaristía. La lectura de la Escritura Santa en la tradición viva de la Iglesia es la más eficaz, la más sencilla, la que nos hace superar nuestro subjetivismo y nos alimenta con autenticidad y plenitud. Os invito a leer cada día, cada domingo, la Palabra de Dios siguiendo el ciclo litúrgico. Debemos leer siempre la Palabra de Dios en un contexto eclesial para que verdaderamente sea no sólo personal sino también comunitaria, y para que nos ayude a vivir mi existencia desde el Amor de Dios. Leamos la Biblia en comunión eclesial. Por eso os exhorto a que leáis día tras día, la Palabra de Dios, tal como la Iglesia la interpreta y nos la propone en la Liturgia, que es el “latido del Corazón de Cristo en el Corazón de la Iglesia”, siempre da fruto abundante. Prestemos atención al Magisterio de la Iglesia que interpreta y discierne auténticamente y, en algunos casos, de forma infalible, el sentido de los textos.
* Una lectura desde la vida real. Dios nos habla también desde la vida, es decir, desde los interrogantes, inquietudes, problemas, aspiraciones de la humanidad. En el clamor de los pobres está presente el grito de Dios. ¿Lo escuchamos?
SUGERENCIAS PASTORALES
* Poner en marcha y cuidar un gruido numeroso de lectores de la Palabra de Dios evitando así la improvisación. Institución del ministerio del lector en la Parroquia
* Comenzar todos los encuentros con la proclamación de la Palabra de Dios y ponerse a la escucha de esta Palabra proclamada.
* Motivar a que, junto con la Biblia, el Libro de las Horas y el Catecismo, todos tengan el Misal que, a través de la Palabra de Dios, saboreada en la Iglesia, alimente nuestra vida cristiana.
B.- MEDITACIÓN-ASIMILACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS
La meditación consiste en una operación de la inteligencia que intenta conocer las verdades contenidas en la Palabra de Dios y que debe descubrir qué nos dice el texto leído aquí y ahora. Por medio de la meditación, el orante intenta acercarse a conocer el misterio insondable de Dios y a descansar en la Verdad de Dios. Por medio de la meditación, nos adentramos en el interior de la Palabra de Dios escuchada.
Meditar es “guardar en el corazón” la Palabra de Dios como hacía María; es “saborear” esa Palabra, así podremos decir con el salmista “¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!”, “al despertar me saciaré de tu semblante”; es, sobre todo, discurrir sobre esa Palabra.
En este segundo paso del método, es necesario meditar, asimilar lo que más me dice la Palabra de Dios, lo que ha suscitado en mi corazón, los principales interrogantes que me ha planteado. En el fondo es preguntarme: ¿qué me dice a mí hoy y aquí la Palabra de Dios?.
Para la Biblia, meditar es susurrar, es pronunciar en voz baja, es asimilar el texto, es “masticar” la Palabra de Dios. En la meditación-asimilación se subraya la disposición del corazón, la que hace fructificar la Palabra de Dios en nosotros.
Tenemos que buscar tiempo, silencio, lugar, en donde podamos dar este paso de asimilación de la Palabra de Dios bajo la acción del Espíritu Santo. A través del profeta Oseas dijo Dios: “los atraeré a mí, los llevaré al desierto y les hablaré al corazón” (Os. 2,16). Sin la meditación ni asimilamos la Palabra, ni la hacemos carne de nuestra carne. Nos quedamos, como no pocos cristianos que escuchan la Palabra, como quien oye llover, es decir sin ninguna relación e implicación en la vida. Cuando pienso en tantos cristianos que, cada domingo, escuchan la Palabra y lo poco que cambian sus vidas y cómo siguen con sus planes, a veces poco coherentes con la fe, me doy cuenta que es muy necesario promover e intensificar este paso de meditar-asimilar, para que sean muchos a quienes la Palabra de Dios ilumine sus vida y encuentren a Cristo, el Camino que lleva a la Verdad y a la Vida Verdadera.
No basta con saber de memoria los textos bíblicos. Es necesario estar familiarizados, connaturalizados, con la palabra de Dios. Para ello debemos acercarnos a ella con un corazón humilde y dócil, obediente y orante, para que llegue hasta lo más profundo de nuestra alma y engendre en nosotros “la mente de Cristo” (ICort.2,16). De este modo, nuestros criterios y actitudes, nuestras opciones y deseos, nuestras palabras y obras transparentarán más a Jesucristo. No hablaremos ya desde un libro sino desde la propia experiencia amasada en largos ratos de oración y contemplación, de estudio sereno y de lectura sosegada. Juan Pablo II expresa esto de forma sencilla y profunda: “Alimentarnos de la Palabra para ser “servidores de la Palabra” en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia en el comienzo del nuevo milenio” (NMI, 40).
Os exhorto también a que apliquéis la Palabra de Dios a los acontecimientos de vuestras vidas. El autor de la Carta a los Hebreos escribe: “La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta la división del alma y del espíritu, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón” (4,12). Dios quiere iluminar nuestros criterios y pensamientos, nuestros afectos y sentimientos, nuestras actitudes y deseos, nuestras obras y comportamientos, con su Palabra para renovarlos, transformarlos y santificarlos. No olvidemos aquellas palabras de Jesús: “Las palabras que yo os digo son Espíritu y vida” (Jn.6, 63).
Al conocimiento de la Palabra de Dios hemos de responder con la obediencia gozosa con la que ponemos nuestras personas bajo la Palabra de Dios. Para entender el significado de esta obediencia nada mejor que acercarnos a Jesucristo que se hizo obediente y contemplarlo . No debe extrañarnos, por tanto, que el Apóstol Santiago nos diga a nosotros: “…recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos” (1,21-22).
No es suficiente, por tanto, escuchar la Palabra de Dios, con ser tan importante y necesario. Hay que dar un paso más en nuestro seguimiento de Jesús. La escucha de la Palabra nos ha de llevar a la obediencia a la Palabra de Dios escuchada. Es decir, quien ha escuchado la Palabra de Dios ha de poner su vida bajo esta misma Palabra. Quien ha contemplado a Jesús en su vida humana, encuentra la forma pura y auténtica de la vida humana, la que Dios mismo ha propuesto y ofrecido como revelación de sí mismo. Entonces el cristiano vuelve a su vida diaria lleno de una luz de esperanza y con un nuevo compromiso: dejar que el Espíritu del Señor transfigure y renueve su vida a imagen del Hombre nuevo que es Jesucristo.
SUGERENCIAS PASTORALES:
* Dedicar todos los días, al menos quince minutos, a meditar personalmente la Palabra de Dios
* En las celebraciones, en los encuentros, dejar un espacio suficiente de silencio para meditar-asimilar la Palabra.
* Introducir en todos los grupos de la Parroquia la meditación de la Palabra, ofreciendo textos, libros, lugares donde se puedan reunir para meditar la Palabra. Poner en el Salón, como en el Templo, un lugar reservado a la Biblia, destacando así la importancia que le da la Comunidad Cristiana.
C.- ORACIÓN- DIÁLOGO CON EL SEÑOR
El Concilio Vaticano II nos enseña: “Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando oramos; a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (S. Ambrosio) (DV 25 d). Esto mismo enseña San Agustín que afirma: “Tu oración es tu palabra dirigida a Dios. Cuando lees la Biblia es Dios quien te habla; cuando oras eres tú quien hablas a Dios” (Enrrat. In Ps.85,7: CCL 39,1177).
La Palabra de Dios debe provocar en nosotros, en la comunidad, en cada uno, un diálogo con el Señor. En esta fase, es el orante quien habla con humildad y confianza al Señor. Orar es hablar con el Señor y nada mejor para ese diálogo que este encuentro de Amor a través de la Palabra. Siempre me ha impresionado este texto de San Agustín en las Confesiones, donde manifiesta magistralmente su propia experiencia orante: “¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente con las voces de tu Iglesia que recordaba dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien”.
Si la Palabra es leída (alimento) y meditada (masticada), también debe ser orada (digerida). Estoy convencido de que sólo desde la Palabra de Dios orada, podemos, en un diálogo íntimo con el Señor, “tragar”, asimilar, digerir todas las dificultades y sufrimientos que lleva consigo nuestra vida.
Si la Palabra no se ora, no se convierte, como dice San Agustín, en mis palabras, en mis gemidos, en mis llantos, en hacer la voluntad del Señor, entonces corremos el peligro de que la Palabra no se haga vida en mi corazón ni luz que ilumine a los hombres que caminan a mi lado.
Orar la Palabra como diálogo ininterrumpido con Dios es orar la vida, para que se ilumine toda la realidad que vivimos, sabiendo que al orar la Palabra descubrimos que al Señor no tenemos que preguntarle tanto el porqué sino el para qué. Porque el Señor sabe que no entendemos la mayoría de las cosas, pero poco a poco, a través de la oración, descubrimos el para qué, que siempre tiene mucho que ver con hacernos más humildes, más humanos, más comprensivos, más llenos de amor y vida, más al estilo del Corazón de Jesucristo.
Contemplemos a Jesús orante.
Jesús oraba en la soledad en un “cara a cara” con su Padre: “Muy de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió, se fue a un lugar solitarios y allí se puso a orar” (Mc.1,35). “Después de despedir a la muchedumbre, subió al monte para orar a solas. Al llegar la noche, allí estaba solo” (Mt.14, 23).
Jesús oraba en el camino: “Dicho esto, Jesús levantó los ojos y exclamó: Padre, ha llegado la hora…” (Jn.17, 1-26). Ante la tumba de Lázaro muerto exclama: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado…” (Jn.11, 41).
Jesús oró en Getsemaní: “Padre, si quieres, aleja de mí esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc.22, 42).
Jesús oró en la cruz con las palabras de un salmo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” ((Mt.27, 46; cf. Sal.22)”. No es un grito de desesperanza, sino el inicio de la oración de un justo perseguido que termina poniendo toda su confianza en Dios.
Los discípulos al verlo orar se quedan sobrecogidos porque nunca antes habían visto a nadie orar de esa manera. Por eso le pidieron: “¡Señor!, enséñanos a orar como oras Tú”.
La oración del cristiano
Los cristianos de ayer y de hoy estamos llamados a orar ayudados por el Espíritu Santo ya que nosotros no sabemos orar como conviene (cf. Rm.8, 26). Por eso rezamos entre las manos de Jesús alentados por el Espíritu al Padre: “la oración nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con Él, la primacía de la vida interior y de la santidad” (Juan Pablo II: “Novo Millennio Ineunte”, 38).
Oración que comienza por la escucha humilde de Dios que nos habla al corazón como un amigo y que se continúa por la adoración, alabanza, acción de gracias al Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo y por la intercesión y la petición.
Oración que se prolonga en la entrega confiada del orante al Padre en cuyas manos misericordiosas se pone para siempre.
Oración que es respuesta a la Palabra de Dios de consolación y de interpelación, de misericordia y de perdón, de amor y de gracia.
Oración que es orar con la misma Palabra de Dios. Orar con los salmos…
Oración llena de rostros y de historias humanas
El cristiano no ha de orar desde él y vuelto hacia él, sino desde el Señor y para los demás; por eso, su oración no ha de ser egoísta ni interesada, sino fraterna, universal. Nuestra oración ha de estar abierta a las necesidades de los demás por lo que ha de estar llena de nombres, de rostros, de historias…que presentamos al Señor y dejamos en sus manos misericordiosas y en su corazón lleno de ternura. Más aún, el cristiano, cuando lee las palabras de Jesús “en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt.25, 40), descubre que “esta página no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia” (NMI 49). Jesucristo nos ha descubierto al pobre como especial presencia suya. La Iglesia, por tanto, está llamada ser como el Buen Samaritano, dispuesta siempre a curar las heridas de todos aquellos que encuentre en su camino “con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” (Prefacio VIII). Ha de ser una Iglesia pobre, orante y fraterna, y ha de hacerse creíble por su servicio a los más pobres del mundo.
La oración del Pastor
El Pastor de la Iglesia ora contando al Señor, el Buen Pastor, sus experiencias en el camino del servicio apostólico, sus dolores y sufrimientos, sus alegrías y esperanzas, sus éxitos y fracasos, las historia de la gente, los problemas de la comunidad…en un tono de intimidad, de confianza, de disponibilidad… porque sabe de quien se ha fiado, de Jesucristo.
El pastor cuenta con el Señor en su acción pastoral. “Hay una tentación que insidia siempre todo nuestro camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, “no podemos hacer nada” (Jn.15, 5). La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, relación con el, la primacía de la vida interior y de la santidad (…) Hagamos la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada”. Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza” (NMI 38).
SUGERENCIAS PASTORALES:
* Iniciar una Escuela de la Palabra en la Parroquia.
* Celebrar un encuentro de oración, una vez al mes, para que todos escuchen y oren la Palabra de Dios. Puede ser como el retiro mensual para la parroquia, para el grupo, para que todos juntos nos pongamos a “remojo” en la Palabra de Dios
* Hacer una exposición de libros que enseñen a orar con la Palabra de Dios, como alimento para la fe.
* Ofrecer o asistir a algún curso Bíblico, donde se enseñe y ayude a orar con la Palabra.
* Esforcémonos para que nuestras comunidades cristianas lleguen a ser “auténticas escuelas de oración” (NMI 13).
D.- CONTEMPLACIÓN-ASOMBRO
Todos hemos visto alguna vez en un Museo de cuadros, en un paisaje o en el mar, personas que se quedan asombradas, extasiadas (salir de sí) contemplando, sin decir nada. Sólo el asombro y la contemplación les hace hablar y responder ante tanta belleza, ante tanta maravilla. El corazón contemplativo se maravilla y prorrumpe en asombro, alabanza y gratitud..
No es suficiente conocer la Palabra de Dios. Hay que contemplar la Palabra; hay que saborear los contenidos percibidos anteriormente. Dios se entrega al alma en la contemplación. En la contemplación la oración se hace adoración gratuita y silenciosa del Misterio insondable de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Me postro ante Él en silencio, adoración y amor, sabiendo que Él me ama, me mira, me sostiene, me lleva en sus manos…me llama hijo querido. Escuchemos las palabras que Jesús dijo a la mujer samaritana: “¡Si conocieras el don de Dios!” (Jn.4, 10).
San Juan nos dice: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida –pues la Vida se manifestó- y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna (…) Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” ” (IJn.1, 1-3).
La contemplación es la cumbre de este método de la Lectio Divina. Es la subida al Tabor (cfr. Mt. 17, 1-5) Ante el Misterio de Dios, nos acontece lo que a Pedro: quedamos sobrecogidos, maravillados… y decimos asombrados: ¡Qué bien se está aquí, Jesús, contigo! Esta es la clave de toda nuestra existencia. Sólo en la medida en que hemos descubierto en la contemplación que vivir con el Señor, convivir con El, decirle: ¡Qué bien se está contigo! es el inicio y la cumbre de toda relación de amor, vivimos el asombro y el gozo de ser cristianos.
La profunda vocación de la Iglesia es la contemplación. Esforcémonos para llegar a ser con la ayuda del Espíritu Santo una Iglesia contemplativa, en la que vivamos asombrados, sobrecogidos, contemplando el amor que Dios nos tiene.
Un recuerdo entrañable y agradecido para nuestras Hermanas de Vida íntegramente contemplativa que están en nuestra Diócesis: Jerónimas, Clarisas, Obra de Amor: siete monasterios. La vida de las mujeres contemplativas nos recuerda permanentemente la llamada profunda de toda la Iglesia a ser contemplativa, a vivir en el gozo del Evangelio, a saber que sólo el Amor de Dios es capaz de ser el motor que nos lleva a transformar este mundo para que desde el Amor se “evangelice a los pobres” (Lc.4), a redescubrir que “sólo Dios basta” (Santa Teresa de Jesús). Gracias, hermanas, porque sois don del Espíritu Santo entre nosotros.
Todos los cristianos estamos llamados a cultivar la vida contemplativa, sabiendo que es distinta en los consagrados que viven en el mundo, en los monjes y monjas de los monasterios, en los laicos y en los que vivimos en el mundo. Por eso, todos necesitamos que la Palabra nos lleve a la contemplación, al asombro, a vivir “enamorados” de quien tiene abierto su Corazón. Por otra parte, tengamos siempre presente que la contemplación nunca nos separa de la vida, pero nos lleva a vivir la vida “con otro aire” con “otro estilo”. Pablo VI decía que las crisis sólo las solucionan los santos, los que han hecho una honda experiencia de Dios.
Necesitamos hombres y mujeres que hayan hecho la experiencia del desierto, es decir que “hayan visto a Dios” y desde ahí nos hablen, nos interpelen, nos ayuden a liberarnos…Juan Pablo II enseña que “nuestro testimonio (del Señor) sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro (de Jesucristo)” (NMI 16). Esta contemplación y esta experiencia de Dios es la que nos permite adentrarnos en el misterio de Jesucristo. “Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: “Y la Palabra se hizo carne” (NMI 20).
Necesitamos contemplativos en la acción, hombres y mujeres que, seducidos por la persona de Cristo, por el Amor del Padre, por el Espíritu Santo “Señor y Dador de Vida”, sean capaces de decirle al mundo “cómo sabe Dios”.
Sin una profunda vida contemplativa, que nace de la Palabra de Dios, pronto perderíamos el norte y la esperanza en nuestra existencia. Decía Thomas Merton que sólo un ejército de contemplativos devolverá al mundo el sentido pleno de la vida, que se encuentra en la contemplación y en la Vida de Jesús de Nazaret. Urge, pues, que intensifiquemos nuestra propia contemplación y nuestra experiencia de Dios en el silencio y en la oración. Escuchemos una vez más las palabras de Dios: “Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os.2, 16). El sacerdote y el laico cristiano han de tener presente que la fragua donde se templan sus almas es la escucha, el estudio y la contemplación diaria de la Palabra de Dios.
SUGERENCIAS PASTORALES:
* Un día a la semana exponer el Santísimo Sacramento, como una Hora Santa, dejando un espacio a la escucha de la Palabra y a la contemplación.
* Potenciar el sentido ecuménico de la contemplación de los iconos, como Belleza de Dios;, introducir algún icono en la parroquia o en tu habitación. Participar en algún taller o Cursillo sobre Iconografía. La Delegación de relaciones ecuménicas lo ha preparado
* Visitar algún monasterio de contemplativos como momento fuerte pastoral para conocer cómo viven ellas la dimensión contemplativa. Esto es muy sugerente para los jóvenes.
E.- ANUNCIAR LA PALABRA DE DIOS CON LA VIDA
Recordemos las palabras de Jesús que nos dice: “ve y dile a mis hermanos” (Jn.20, 17). Sí, iremos, Señor, a decir a nuestros hermanos que Dios los ama, que Tú estás siempre a su lado y que el Espíritu Santo los alienta en el camino de la vida…
En este año paulino, recordemos las palabras de Pablo que nos siguen interrogando e interpelando hoy: “¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán sin haber oído hablar de Él? Y ¿cómo oirán si nadie les predica? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?” (Rm.10, 14-15). Pablo VI decía que “es imposible que una persona haya acogido la Palabra de Dios y se haya entregado a su Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia” (EN 24).
El método de la Letio Divina implica y contiene también un aterrizaje en la historia y en la existencia de los hombres y mujeres para llevarles el don de Dios que es Jesucristo. Una vez que hemos llegado al Monte de la Contemplación, es necesario bajar al Valle de la Vida. Nunca separemos la contemplación de la vida, NI la oración de la lucha por los pobres, ni el Amor de Dios de la sintonía con el hermano. El aterrizaje del método de la Lectio Divina es siempre vivir con “los pies en el suelo”. Como decía L´Abbé Pierre: “cada vez que yo llamo a Dios Padre, El me responde ¿Dónde está tu hermano?”. Es necesario subir al desierto de la contemplación para, como los grandes orantes, Moisés, María, los santos, seamos capaces de volver al mundo y transformar esta tierra, a veces árida y seca, donde los conflictos son el pan nuestro de cada día.
Es necesario aterrizar en la vida para evangelizar nuestro mundo y ser “Buena Noticia para los pobres” (cfr. Lc. 4). Sólo en la medida en que nos convertimos al Señor y vivimos codo a codo con nuestros hermanos, evangelizamos ya que para evangelizar es preciso conocer y amar a los hombres y caminar a su lado: “el hombre es el camino de la Iglesia” (RH 14).
Sólo evangelizamos cuando tenemos dentro algo que ofrecer, entregar, decir. Sin una profunda relación con el Señor, a través de la Palabra, nuestra vida suena a hueco, a vacío, a nada. La gente enseguida se da cuenta si lo que decimos es verdad o sencilla teoría que no llega a nada. No podemos dar nada si antes no lo hemos “contemplado”, “saboreado”. En la medida en que Cristo se hace vida en nosotros a través de la lectura, meditación, oración y contemplación lo llevaremos a la vida. Nuestra vida será evangelizadora y llena del Amor de Dios, abierta a los necesitados, si en nosotros vive el Señor como en Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo; es Cristo quien vive en mí” (Gál.2,20). Haremos creíble el Evangelio que nos habla de que el Señor nunca es neutro, si tomamos partido a favor de los pobres y necesitados. Tengamos siempre presente que la credibilidad de la Iglesia pasa por su servicio a los pobres, excluidos, irrelevantes…
Benedicto XVI nos sugiere para caminar y como programa diocesano al servicio de la evangelización: “Alimentad vuestra jornada con la oración, la meditación y la escucha de la Palabra de Dios. Vosotros, que tenéis familiaridad con las antiguas prácticas de la Lectio Divina, ayudad también a los fieles a valorarla en su vida diaria. Y traducid en testimonio lo que la Palabra indica, dejándoos plasmar por ella que, como semilla caída en terreno bueno, da frutos abundantes. Así seréis siempre dóciles al Espíritu y creceréis en la unión con Dios, cultivaréis la comunión fraterna entre vosotros y estaréis dispuestos a servir generosamente a los hermanos, sobre todo a los que se encuentran necesitados” (Benedicto XVI.Discurso con ocasión de la semana de Vida a Consagrada 2008)
No quiero terminar este epígrafe sin dirigir una exhortación a las familias, a los catequistas…
* Comunicad la Palabra de Dios en las familias.
¡Queridos padres de familia!
Facilitad a vuestros hijos un ejemplar de la Biblia. Ayudadles a leer, entender y meditar los libros sagrados. Comentad con ellos el texto y explicadles el sentido que tienen.
Ruego encarecidamente a los sacerdotes y a los catequistas, a la Delegación de Diocesana de Familia, a los Movimientos de Pastoral Familiar…que fomentéis la lectura de la Palabra de Dios y la plegaria en la familia.
* Transmitid la Palabra de Dios en las catequesis
¡Queridos catequistas!
Os agradezco vuestra presencia y vuestra labor en las Parroquias como educadores de la fe de niños, adolescentes y jóvenes. Con todo respeto y agradecimiento os hago llegar estos ruegos:
– Esforzaos en adquirir una buena formación: “Es válido también nuestros días lo que el Concilio mismo sugería: una preparación doctrinal y pedagógica más cuidada, la constante renovación espiritual y apostólica” (RMi.74).
– Leed y meditad la Biblia con criterio cristiano ya que toda ella habla de Cristo: el Antiguo Testamento lo anuncia y el Nuevo Testamento lo cumple y realiza.
– Rodead la Biblia del máximo respeto posible, como verdadera Palabra de Dios que es, y enseñarlo de esta manera a los demás.
– Orad con la Sagrada Escritura; los salmos contienen y expresan la oración del Pueblo de Israel, y en ellos encontramos una oración para cada situación existencial que vivimos.
– Tened siempre la Biblia en vuestros corazones, manos y labios para que ella inspire siempre vuestras catequesis pues “la catequesis ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y las actitudes bíblicas y evangélicas a través de un contacto asiduo con los textos bíblicos…y será tanto más rica y eficaz cuanto más lea los textos con la inteligencia y el corazón de la Iglesia” (Juan Pablo II: “Catechesi tradendae”, 27).
– Repasad y rezad el Estatuto y Directorio del Catequista de nuestra Diócesis ya que sigue siendo un instrumento valioso para los catequistas.
– Frecuentad la Escuela de catequistas y participad en aquellos actos formativos que la Delegación Diocesana de Catequesis organice para vosotros.
Recibid mi oración y apoyo, mi gratitud y aliento una vez más en vuestra tarea eclesial tan importante. No os desaniméis nunca porque encontréis dificultades, sino perseverad. El Señor está a vuestro lado como al lado de Pablo y os dice también a vosotros hoy: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2Cort.12, 9). El Espíritu Santo os alienta en este servicio eclesial de tanta importancia. Contad con mi ayuda en todo momento, al igual que con la de mis queridos hermanos sacerdotes y los de la Comunidad Cristiana.
Por último, invito a cristianos jóvenes y adultos a que participen en las catequesis de la Comunidad Cristiana. Hacen falta nuevos catequistas.
* Proclamad la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas
¡Queridos hermanos sacerdotes!
Cuidemos cada día más a los lectores de la Palabra de Dios y su función eclesial. Por la importancia que tiene, os ofrezco y recuerdo unas sugerencias fraternas:
El lector ha de intentar hacer una buena lectura de la Palabra de Dios. En efecto, si su voz no suena clara y distinta, no resonará de forma correcta la Palabra de Cristo; si no articula bien los sonidos, la Palabra se volverá oscura e ininteligible: si no hace una buena entonación, la palabra perderá parte de su fuerza.
Las lecturas han de proclamarse con decoro y dignidad por los ministros adecuados y en los lugares establecidos.
Si fuera posible, formad en vuestras parroquias y comunidades cristianas un equipo de lectores de la Palabra de Dios: ayudadles a que aprendan las técnicas de la comunicación y de la lectura.
Exhortadles a que preparen y recen la lectura que proclamarán en la celebración de la Eucaristía. La improvisación y o el “todo vale” o “el que más da” no son buenos métodos.
Ofreced una mínima formación bíblica a los lectores de la Palabra de Dios para que se haga realidad lo que dice el Concilio: “la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados” (DV 12).
Continuad entregando en un día especial la Biblia a los catequistas, a los profesores de Religión, a los lectores, a los que se preparan para la Primera Comunión, la Confirmación o el Matrimonio…
* Iluminad la vida con la Palabra de Dios
“Las palabras que yo os digo, son Espíritu y Vida” (Jn.6, 63).
¡Queridos hermanos!
Necesitamos que la Palabra de Dios ilumine nuestros criterios y afectos para que sean cada día más evangélicos y santos.
Tenemos necesidad de que la Palabra de Dios nos manifieste el misterio de nuestra vida. De esta manera, nos será posible ayudar a quienes desconocen el sentido de la existencia.
Precisamos que la Palabra de Dios nos descubra nuestro origen y nuestro destino último. Así podremos decirles a nuestros hermanos que Dios es el origen fundante y el destino final del ser humano. No nos encaminamos a la nada sino al encuentro con Dios Padre que nos ama, nos espera y nos acoge para siempre.
Sentimos la necesidad de que la Palabra de Dios transforme nuestra existencia de creyentes y de ciudadanos de este mundo para que también nosotros podamos compartir esta luz creadora, renovadora y transformadora con todos.
Esta Palabra de Dios que necesitamos y pedimos no nos destruye ni nos aniquila, no nos despersonaliza ni nos aliena, sino que desciende del cielo a nosotros como la lluvia suave o como la nieve que empapa la tierra y la hace fecunda (cf. Is.55, 10).
Con su Palabra Dios instaura un diálogo de amor y de vida, de esperanza y de paz, con el hombre, en un clima de respeto a la libertad del hombre y de la mujer.
Esta Palabra denuncia nuestros pecados y faltas, nos invita a la conversión y al cambio de mentalidad, de comportamientos e indica caminos nuevos de justicia, de paz, de vida.
Para que el diálogo iniciado por Dios se produzca y se realice de verdad es preciso que el ser humano abra su corazón a la Palabra de Dios, la acoja y consienta con gozo en dejarse interpelar por ella…y en obedecerla.
SUGERENCIAS PASTORALES
- Que todas las Delegaciones episcopales lean esta carta pastoral para iluminar nuestro plan pastoral y aplicarlo a su misión concreta de evangelización.
- Que en todas las parroquias y arciprestazgos se dé la primacía a la Palabra, no tanto haciendo cosas nuevas, sino impregnando toda la vida diocesana, parroquial y arciprestal de la Palabra de Dios que ilumine estos momentos de nuestra historia, de nuestra vida.
- Que los sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas, vida consagrada, fieles, laicos profundicen, en este año de San Pablo, cómo la Palabra de Dios debe ser fuente para la evangelización de nuestra tierra, de nuestra Diócesis y vivir la Primacía de la Palabra desde todo lo que hacemos. Conocer las actividades que se han organizado desde nuestra diócesis para preparar el Año de San Pablo
CONCLUSIÓN
Son muchos los retos que tenemos. Infinidad de trabajo. Los obreros somos pocos. Es necesario, en estos momentos, ponerse bajo la Primacía de la Palabra de Dios en todas las realidades diocesanas. No es el momento del desaliento, ni del desánimo, ni de la desesperación. Cuando más fuerte es la oscuridad más atractiva y más fuerte es la luz.
Antes de terminar mi Carta Pastoral, quiero deciros que iniciaré, si Dios quiere y con su ayuda, la Santa Visita Pastoral a las Parroquias, Comunidades cristianas… de nuestra amada Diócesis de Coria-Cáceres. Lo haré siguiendo la luminosa estela y la hermosa señal dejadas entre nosotros por nuestro querido y recordado Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos, que fue mi predecesor en esta Diócesis y que hoy es Obispo de la Diócesis hermana de Albacete.
Recordemos estas hermosas palabras que Benedicto XVI dedica a la Stma. Virgen María y que tanto bien pueden hacernos a nosotros, si las acogemos, las meditamos y las interiorizamos y las hacemos realidad en nosotros con la gracia del Espíritu Santo para gloria del Padre por Jesucristo, nuestro Señor:
“El Magnificat -un retrato de su alma, por decirlo así- está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada” (“Deus caritas est”,41).
Os entrego y os confío esta carta pastoral en los inicios del Adviento, tiempo de espera y de esperanza en la venida de Jesucristo. En este tiempo litúrgico, conmemoramos y celebramos la triple venida de Jesucristo:
* Jesucristo vino hace dos mil años en Belén de Judá, nacido de María Virgen por obra del Espíritu Santo. Es la venida histórica (Jn.1,1.14).
* Jesucristo viene cada día de forma misteriosa pero real a habitar en nuestros corazones con el Padre y el Espíritu Santo. Es la venida mística (Jn.14, 23).
* Jesucristo vendrá al final de los siglos con gloria y majestad para llevar a su plenitud toda la creación y la redención. Es la venida escatológica (ITes.4, 15-16).
Vivimos y peregrinamos por este mundo hacia la Casa del Padre ya que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro” (Hb. 13,14). En esta peregrinación, hemos de hacer presente a Jesucristo “a quien Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con Él” (Hech.10,38).
Escuchemos, acojamos, meditemos y contemplemos la Palabra de Dios que es, ante todo y sobre todo, Jesucristo. Dejémonos edificar y construir por ella. Consintamos en que nos interpele y nos guíe por este mundo. Propaguemos la Palabra de Dios por todos los lugares del mundo para que llegue y salve a todos los hombres y mujeres del mundo
Como María “guardemos la Palabra de Dios en nuestro corazón y meditémosla” (cf. Lc.2, 51).
Jesucristo, “luz del mundo”, camina a nuestro lado y le pedimos con esta oración para este Año Paulino:
Señor Jesús,
nuestra Iglesia de Coria-Cáceres
camina al lado de nuestros hermanos
que sufren inmensamente,
que muchas veces se encuentran solos,
metidos en crisis ,
en dificultades de todo tipo.
Ayúdanos con Santa María y San Pablo
a construir una tierra habitable,
una Iglesia viva,
“recinto de libertad, de paz y
de amor, para seguir esperando”.
Enséñanos, para que la Palabra de Dios
impregne toda nuestra vida,
para evangelizar desde tu Amor,
para sembrar de alegría
los caminos de la tierra,
para construir un mundo lleno
de justicia, de paz y de amor.
Deseamos que la Palabra de Dios,
A imitación de san San Pablo
transforme nuestra vida,
nuestras comunidades,
nuestra Iglesia Diocesana,
para ser “sal y luz”
en un mundo que a veces camina a oscuras .
San Pedro de Alcántara
San Francisco de Asís interceded por nosotros.
Madre Inmaculada que va a ser coronada en Torrejoncillo
Santa María de Argeme, ruega por nosotros. AMÉN
4 de Octubre de 2008
San Francisco de Asís
8 siglos desde la Promulgación de la Primera Regla Franciscana
100 años de la presencia de franciscanos en Guadalupe